‘Cierva blanca y parda’, por Pedro Paricio

No puedo ocultar mi especial predilección por la vida, la obra y el pensamiento de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), cuya figura poliédrica como mujer, mística, fundadora y escritora ejerce sobre mí una llamativa fascinación. De hecho, la he citado varias veces en mis colaboraciones de Dame tres minutos. Sin embargo, hoy –día en que se celebra el cuarto centenario de su canonización– quiero dedicarle íntegramente este escrito para relatar algunas circunstancias acontecidas con ocasión de su elevación a los altares.

No se habían cumplido aún los cuarenta años de su fallecimiento cuando el Papa Gregorio XV –con fecha de 12 de marzo de 1622– firmó la bula ´Omnipotens sermo Dei` por la que se hacía pública su canonización. La rapidez con que se llevó a cabo este proceso fue debida a la fama de santidad de que gozó la religiosa de Ávila ya en vida, a la irradiación extraordinaria de sus milagros y doctrina mística, a la pronta divulgación de sus fundaciones y de su obra escrita, así como al apoyo suministrado por reyes, nobles, obispos, letrados e instituciones políticas y culturales, que facilitaron la expansión de su figura en todas las capas sociales de la época, hasta convertirla en un auténtico fenómeno socio-religioso.

Este documento pontificio repasa algunos aspectos de la trayectoria vital de la carmelita española por los que se la debe reverenciar, venerar y tener por Santa. Así, se dice que “con tanta firmeza y verdad creía y confesaba los Santos Sacramentos de la Iglesia y los demás dogmas de la Católica Religión, que no podía, como muchas veces ella aseguraba, tener mayor certeza de otra ninguna cosa”.

Igualmente se resalta la excelencia de sus virtudes, como el amor a Dios, que fue la principal de ellas, hasta el punto “de hacer siempre lo que entendiese era más perfecto y más conducía a la mayor gloria de Dios”. Por su parte, el amor al prójimo lo manifestó  sobre todo en “el gran deseo y anhelo con que pretendía la salud de las almas”, llorando “con perpetuas y continuas lágrimas las tinieblas y el poco conocimiento de nuestra fe de los infieles y herejes, y por su reconocimiento y conversión, no tan solamente hacía muchas oraciones, sino también ofrecía ayunos y disciplinas, y con otros exquisitos tormentos afligía y maceraba su cuerpo”.

Asimismo la bula acentúa su dimensión como escritora, que, junto a otros dones y gracias –milagros, candidez de ánimo y demás excelencias–, le permitió esparcir “los rocíos de la celestial sabiduría” en los fieles, que obtenían con ellos “abundantísimos frutos para el alma”, siendo así “elevados y guiados a la patria celestial”.

Su glorificación aconteció en la –entonces– nueva gran basílica de San Pedro de Roma y con el rito solemnísimo de estas ocasiones, que, junto a Teresa de Jesús, santificó también a Isidro Labrador, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Felipe Neri. En el exterior del templo, sonaron chirimías, campanas, trompetas y salvas de artillería. A continuación el Papa entonó el ´Te Deum laudamus` y, al día siguiente, hubo una solemne procesión desde San Pedro a la iglesia de Santa María de la Scala, de los carmelitas descalzos.

Del mismo modo, a lo largo del año se realizaron gozosas celebraciones en Francia, Italia, Bélgica, Alemania, Polonia, India…, sobre todo en aquellas naciones donde estaba presente la Orden fundada por la monja abulense. Especial festividad de la canonización de Teresa de Jesús tuvo lugar en España, donde en multitud de ciudades y pueblos se llevaron a cabo celebraciones religiosas, populares y culturales.

Como botón de muestra de estas últimas, cabe citar que, en Madrid, se convocó una ´Justa poética`, de la que se encargó Lope de Vega y en la que, entre otros autores, participó también Calderón de la Barca. El propio ´Fénix de los Ingenios` compuso con este motivo su soneto dedicado a la transverberación del ángel a Teresa. En él, se exalta la capacidad de la Santa para comunicar a los demás el carisma de su sabiduría divina: “Con razón vuestra ciencia el mundo admira, / si el seráfico fuego a Dios os junta,/ y cuanto veis en él, traslada el alma”. Es el fruto de la avidez teresiana por buscar –como “cierva blanca y parda”– el agua viva de la fuente que siempre le aguardaba.

8 comentarios en “‘Cierva blanca y parda’, por Pedro Paricio

  1. Junto a San J+ es el culmen de la Mistica Mundial. Sus obras completas, leidas muchas veces, están en la mesilla de noche, y siempre se saca algo nuevo de ellas.

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  2. Muy interesante artículo sobre la Santa.

    Muchas gracias.

    El sáb, 12 mar 2022 a las 11:25, Dame tres minutos () escribió:

    > José Iribas posted: » De Håkan Svensson – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0 No > puedo ocultar mi especial predilección por la vida, la obra y el > pensamiento de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), cuya figura poliédrica > como mujer, mística, fundadora y escritora ejerce sobre mí un» >

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