Hoy me ha venido a la memoria Tomás. Tomás era, hasta su jubilación, conserje de un colegio público.
¡Qué importante es la figura del conserje para un centro educativo! Me gusta resaltarlo ante el equipo de dirección cada vez que visito un colegio o instituto: “vuestra labor es valiosa, esencial; pero ojo que cuando falta el conserje…”
He conocido (y apreciado) a muchos «Tomás» y no solo como consecuencia de mi actual responsabilidad. Es cierto que en estos últimos años he tenido oportunidad de contactar con un buen número de estos profesionales, conserjes, auxiliares de mantenimiento… pero mi estima hacia su labor viene de bastante atrás: de mis tiempos de estudiante.
Cada conserje puede marcar (bastantes veces lo hace) una cierta impronta como miembro de la comunidad educativa.
Ve entrar (y salir) a cada alumno, a cada alumna; y saluda o conversa habitualmente con muchos de ellos. Con frecuencia puede adivinar por su gesto, por sus miradas, cómo pinta el día, cómo ha ido el examen…
Los conserjes, sí, custodian el mobiliario, las instalaciones, las llaves… abren y cierran puntualmente las puertas del colegio; controlan el encendido y apagado de luces generales… comprueban que todo esté limpio y a punto. Detectan averías y las notifican, realizan pequeñas (o no tan pequeñas) reparaciones. Cuidan de que se mantenga el necesario ambiente de silencio y orden en las entradas, salidas y tránsito del alumnado por el centro… Y realizan muchas otras tareas para que «todo funcione», para que todo esté dispuesto y las clases puedan desarrollarse como es debido. Muchas cosas dependen de su labor.
Hacia 2010, Tomás, tras 38 años de trabajo, se jubiló. Tomás era (como la gran mayoría de sus compañeros y compañeras) una persona volcada en su centro. Recuerdo (la ocasión era excepcional) hasta haberle visto cantar jotas a «sus» chavales; y mantener, con verdadera dedicación, innumerables plantas de distintos tipos y en cualquier espacio, para «dar vida al colegio». Cada cierto tiempo, con mimo, sacaba brillo a las grandes hojas verdes de aquellas con un paño empapado en cerveza.
Cuando Tomás se iba a jubilar, un grupo de alumnos le hizo una entrevista para el «periódico» escolar. En ella, el conserje se mostraba agradecido con sus compañeros de trabajo, auxiliares, otro personal no docente, maestros, con las familias… y añadía: – Y me siento feliz en particular con vosotros, los niños y niñas del colegio, que sois una parte importante en mi vida, pues sé que me queréis. Me sé querido pues me lo decís con los ojos y con palabras y yo os correspondo, y no en menor grado, aunque muchas veces no os diga nada.
Hoy quiero reflejar públicamente mi gran estima a la labor de estos profesionales. Tienen todo mi reconocimiento como consejero. Es de justicia.
Son miembros de nuestra comunidad, volcados en su labor, y nos ayudan a educar: Hay -decía Tomás a sus chavales periodistas– muchas alegrías escondidas que salen a la luz y se experimentan al hacer un pequeño servicio a un compañero de clase o a cualquier persona que veas que lo necesita… Esos pequeños servicios hacen tanto bien en la convivencia diaria, sobre todo si les ponemos cariño… Se trata de hacer un poco más fácil y amable la vida al que tengas al lado. ¡Ese es el secreto!
Ese es el secreto.
¿A que crees que Tomás, y todas las personas o profesionales que comparten -y practican- su secreto, tienen razón?
Es una gran clave para ser feliz desde el servicio. Que necesita ser practicada. Que necesita ser conocida. ¿Me ayudas a difundir?
¡Mil gracias!