
Nada pudo dejar en mí su huella. Ni su aureola intelectual, ni la influencia de Pomar, ni la de Fischer, ni la de Horowitz. Nunca he cuestionado la antigüedad y el ascendiente del ajedrez sobre el resto de juegos. Estoy informado de los millones de personas que lo practican con regularidad. No ignoro su naturaleza formativa y cultural, en especial sus virtualidades intelectuales y emocionales: su idoneidad para facilitar el desarrollo cognitivo, memorístico, analítico, estratégico y la capacidad de cálculo, así como la habilidad en la concentración de la atención, en el autocontrol, en el ejercicio del silencio y en la resistencia ante las sensaciones nuevas y fuertes.
Tampoco me olvido del cuantioso número de jugadores de la élite mundial con altísimos cocientes intelectuales. De la nebulosa de mis recuerdos infantiles emergen todavía los comentarios que hacía mi padre acerca de las proezas de Arturito Pomar (1931-2016), el superdotado joven mallorquín que, habiendo logrado a los once años el título de subcampeón provincial, llegó a ser Gran Maestro Internacional. Su figura de niño prodigio era el centro informativo de las emisoras de radio, de la prensa escrita y del inefable ´NO-DO`. Especialmente su asidua presencia en este noticiario español de la época –donde su imagen se hizo familiar en todas las salas de cine– contribuyó a propagar en nuestro país el interés por dicho juego.
Similar fenómeno de difusión mediática del ajedrez se produjo años más tarde en el ámbito internacional. Fue con ocasión del llamado ´Encuentro del Siglo` que enfrentó en 1972 al norteamericano Bobby Fischer y al ruso Borís Spasski. La victoria del primero supuso la obtención del máximo título del ajedrez mundial para el jugador de Illinois, pero también el final del dominio soviético ostentado durante veinticuatro años en este campeonato. El morbo de la politización de esa rivalidad deportiva entre las dos grandes potencias incrementó informativamente la propagación de la actividad ajedrecística.
Fue entonces cuando mi vecino Alberto se empeñó en que yo debía iniciarme en el aprendizaje de tan afamado juego. Accedí a la lectura del ´Primer libro de ajedrez` de Horowitz y Reinfeld, un manual básico que me permitió introducirme en ese mundo y dar en él los primeros pasos. Después de unas cuantas sesiones vespertinas, se desinfló totalmente mi ya de por sí lánguido interés por el movimiento de las piezas en el tablero, acabándose de este modo toda mi experiencia directa con el ajedrez.
Nada pudieron hacer en este asunto ni el juvenil entusiasmo de Alberto ni el maduro fervor de otros jugadores experimentados cuya amistad llegó ya en mi madurez. Ni siquiera cambió mi actitud el conocimiento que obtuve hace unos años sobre la afición de santa Teresa de Jesús, sus referencias literarias y el padrinazgo que dispensa a los ajedrecistas españoles. Si la monja de Ávila estuvo vinculada a este juego ya en su infancia, siguió más unida públicamente a él en la madurez de sus escritos, donde se atisba mejor la importancia que le concedió en su vida.
Así, en Camino de Perfección, además de descargar toda una serie de expresiones referidas al ajedrez (“voy entablando el juego”, “mover las piezas”, “quien no sabe dar jaque, no sabrá dar mate”, “dar mate a este Rey divino”), establece un símil ascético entre este juego y la vida espiritual. En él compara inicialmente el poder de la dama o reina con el de la virtud de la humildad, única posible contrincante y vencedora del Rey divino, que se entrega sólo “a quien le quiere”. Sin embargo, la propia evolución doctrinal de la Santa –que le hizo ser consciente de la misericordia y gratuidad de Dios– le permitió descubrir finalmente que “cuando este misterioso ajedrez de la vida lo juegas con Dios, […] a Él no le das jaque mate aunque hayas concertado todas las piezas. Es Él quien se entrega por amor”.
Sea como fuere, ni Pomar, ni Fischer, ni Horowitz, ni mis amigos, ni siquiera santa Teresa han podido modificar mi posición al respecto. Y es que… existe también la incorrección lúdica y lo mío, en este terreno, es… el parchís. ¡Hay gente para todo!
Este artículo sobre el ajedrez está perfectamente documentado aunque su autor nos confiese que este juego no haya sido de su agrado. Me atrevería a añadir que también el ajedrez le sirvió a Ferdinand de Saussure como símil para explicar el valor del signo lingüístico.
Me gustaMe gusta
Muchas gracias, María Jesús y Vicente, por vuestro comentario y la aportación lingüística de Saussure, que yo desconocía. ¡Cómo se nota la vocación filológica de quien la propone! Un fuerte abrazo para los dos.
Me gustaMe gusta