‘La responsabilidad de pensar’, por Pedro Paricio Aucejo

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Hay filósofos imperecederos. Kant (1724-1804) es uno de ellos. En mi época de estudiante universitario de filosofía, sus referencias doctrinales se extendieron transversalmente de una disciplina académica a otra: de la cosmología a la ética, de la epistemología a la estética, de la ontología a la lógica… Poco después, durante mis años de docencia, resultó proverbial la presencia del sabio de Königsberg en el desarrollo de los programas de Historia de la Filosofía, a pesar de lo cambiantes que fueron estos. Ahora, ya jubilado profesionalmente, vuelve a aparecer en mi horizonte vital su noble figura con ocasión de la celebración del tercer centenario de su nacimiento.

Es legítimo que sea así: nos encontramos no solo ante uno de los pensadores más influyentes de la cultura occidental, sino, sobre todo, ante quien incitó al coraje de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. No hacerlo así conlleva situarse –según el genio prusiano– en la minoría de edad, en la que, salvo en caso de carencia intelectual, se cae por falta de decisión y valor personal: “La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, […] y por eso es tan fácil para otros el erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Otros asumirán por mí [la] fastidiosa tarea [de pensar]”. Con el paso del tiempo, esta situación puede convertirse incluso en una especie de segunda naturaleza a la que se aficione el individuo hasta sentirse incapaz de valerse de su propio entendimiento.

Pero, ¿cómo llegar a esta postración intelectual si se tiene en cuenta que la inteligencia es el atributo evolutivo del ser humano y el pensar es lo que hace al hombre verdaderamente inteligente? Por el hecho de ser reflexivos, somos diferentes de los animales, pues estos saben pero no saben que saben: “de otra manera –argumentó Teilhard de Chardin (1881-1955)–, hace tiempo que hubieran multiplicado las invenciones y desarrollado un sistema de construcciones internas que no podrían escapar a nuestra observación”. No hay solo una variación de grado entre el hombre y el animal sino un auténtico cambio de naturaleza.

Más aún, el pensamiento reflexivo, al afrontar el interrogante fundamental de nuestra mente –que no puede ser silenciado–, aspira a comprender la vida. La cavilación sitúa al hombre ante la encrucijada de la existencia como misterio y le enardece en la búsqueda de su sentido. Su luz, aun inmersa en la tiniebla del no-saber, es testimonio de aquello que regula todo lo que vive y acaece sobre la tierra. Su claridad hace comprensibles los hechos en la oscuridad del acontecer.

Esta relevancia protagonizada por el pensamiento en la historia del mundo fue anticipada ya por san Juan de la Cruz (1542-1591), cuando afirmó que “un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo, y así solo Dios es digno de él”, de manera que “cualquier pensamiento que no se tenga en Dios, se le hurtamos”. Difícil de conseguir resulta este objetivo tan sublime si se tiene en cuenta el barro del que estamos hechos, pero, al habérsenos otorgado don tan valioso, al menos se ha de intentar por nuestra parte hacer un uso del pensamiento que esté a la altura de la dignidad recibida. Este es el papel que cabe al ser humano: ejercitar un pensamiento que, anclado en Dios, exprese el mensaje de vida urdido por Él.

¡Atrevámonos, pues, a pensar! Ello implica considerar el mundo hasta el detalle para –aferrándonos a la esperanza de comprender un poco más acerca de la vida y sus secretos– alumbrar el verdadero bien de la humanidad. Es cierto que son numerosísimos los factores que acechan hoy esta actividad: errores que invalidan su discurso, presentado solo con apariencia de orden lógico; engaños que oscurecen su meditación hasta situarla en un estado próximo al encefalograma plano; deformaciones que confunden su manifestación con la de la locura… Pero solo en la actitud epistemológica que denota la posesión sustancial –no accidental– del pensar es en la que el hombre se encuentra a sí mismo y, en ese empeño, halla su paz.

6 comentarios en “‘La responsabilidad de pensar’, por Pedro Paricio Aucejo

  1. pararse a pensar y tomar el peso a la realidad que estamos viviendo, con las luces propias que el Creador nos confio, ayuda a salir de la incertidumbre que oscurece el futuro

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  2. ¡Gracias, por tu interesante artículo cuyo asunto central parte del pensamiento del último de los filósofos!

    En esta época actual, es más necesario que nunca desterrar la pereza y ser valientes para seguir tu invitación de atrevernos a ejercer la capacidad que diferencia al ser humano.

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