‘El oficio de estudiar’, por Pedro Paricio Aucejo

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En el cine Maravillas de Teruel se estrenó el 19 de enero de 2024 el largometraje Años de luz. El documental aborda el papel desempeñado en Aragón por el Colegio Menor San Pablo y el Instituto de Bachillerato Ibáñez Martín de esa capital durante la década de los 60 del siglo pasado. Es la historia de una generación de profesores y alumnos que, con el paso de los años, se convertirían en personajes de referencia para la cultura y la intelectualidad aragonesa. Unos y otros quedaron marcados existencialmente por estos centros docentes en los que se ha rodado la película.

A sus escenarios se han sumado también los de los pueblos de origen de los jóvenes protagonistas que pudieron estudiar gracias a las becas obtenidas con sus excelentes notas: Alcañiz, Alloza, Andorra, Martín del Río y Orihuela del Tremedal. En esta última localidad nació Federico Jiménez Losantos, el brioso comunicador que, siendo hijo de zapatero y maestra, pudo estudiar el bachillerato gracias a una de aquellas ayudas, para cuya consecución se exigía un mínimo de siete como nota media de curso.

También yo –pero en Valencia– fui beneficiario de una de ellas. A pesar de que entonces tenía solo once años, recuerdo vívidamente la reunión celebrada al efecto en la sala de juntas del Instituto. Allí fuimos convocados los nuevos becarios en compañía de nuestros padres. El director nos comunicó la razón de ser de aquel acto, que no era la mera entrega de la asignación, sino el modo como debíamos entender dicha percepción: a los alumnos nos hizo ver que era el primer salario que cobrábamos, puesto que, a nuestra edad, el estudio era la forma más adecuada de trabajar y servir a la sociedad, devolviéndole con nuestro esfuerzo intelectual la ayuda material que nos suministraba. Del mismo modo, exhortó a los padres para que no destinaran el importe de la subvención a nada más que a materiales que fomentaran la afición al estudio. Nunca olvidé la solemnidad y trascendencia de estas palabras.

Pero no cabe duda: ¡eran otros tiempos! Entonces, no existía el temor al Informe PISA, ni abundaba el dinero que se destina ahora a enmascarar el fracaso escolar, pero profesores, padres y alumnos participaban de una visión de la educación como instrumento idóneo de capacitación y desarrollo de personas y pueblos. Mediante ella, numerosas generaciones de estudiantes encontraron en el aprendizaje un medio de promoción académica, profesional, social y, sobre todo, humana.

En este último aspecto, como herramienta ideal para el mejor entendimiento de la existencia, parece evidente que su cometido ha de ser crucial en el enloquecido laberinto en que se ha convertido nuestro planeta. Hoy se precisa que los jóvenes conciban su formación académica como un periodo de compromiso con el estudio sistemático y continuado, en el que, partiendo de la tendencia natural al conocimiento, se logre aquella pasión por el saber que distinguió históricamente a las personalidades más relevantes de la humanidad.

El estudio no es un mero accidente que quepa sortear de la mejor manera posible para conseguir el título correspondiente y olvidarse a continuación de los libros para siempre jamás. Con frecuencia se olvida hoy en día que en la tarea educativa, junto a motivaciones necesarias y convenientes –obtención de un grado, consecución de un puesto de trabajo, mejora profesional…– se precisa, como razón profunda que internamente fundamente la conducta del aprendizaje, una avidez genérica y consolidada por saber. Esta actúa como sustrato que soporta y afianza adecuadamente el edificio del estudio.

Más allá de las responsabilidades inherentes a la Administración, al profesorado y a la familia, no hay que olvidar que el fiel de la balanza académica se inclina siempre –hay que decirlo sin dramatismo, pero con sinceridad– hacia el lado de la intransferible iniciativa del alumno. Que los libros son escaleras para subir la cumbre del espíritu y que sin ellos no cesa la agonía del alma insatisfecha… son ideas ya expresadas en su día por Federico García Lorca (1898-1936). No cabe, pues, desmayo en el intento de contagiar a los jóvenes el afán de saber: ¡al menos porque… se vive y se es hombre! ¿No es ésta suficiente motivación para estudiar?

6 comentarios en “‘El oficio de estudiar’, por Pedro Paricio Aucejo

  1. Excelente artículo que resalta la importancia de motivar a los jóvenes a estudiar, reconociendo que el conocimiento enriquece nuestras vidas y nos ayuda a ser seres humanos completos y contribuir de manera significativa a la sociedad.

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  2. Nos ha gustado mucho este artículo. En él, se ha tratado de un asunto fundamental y con el que se ha ido conectando una compleja red de aspectos y valores que han ido teniendo enfoques diversos según las épocas. El amor a la sabiduría socrático ha de ser consustancial al ser humano.

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    • Muchas gracias, María Jesús y Vicente, por vuestro comentario. Me alegro que os haya gustado mi escrito, sobre todo porque vosotros y vuestros hijos encarnáis a la perfección la pasión por el estudio. Un fuerte abrazo y feliz final de Fallas. PPA

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  3. parece increíble pero me atrevo a subrayar que esa advertencia que se hace a los padres que ahora transcribo: “Del mismo modo, exhortó a los padres para que no destinaran el importe de la subvención a nada más que a materiales que fomentaran la afición al estudio. Nunca olvidé la solemnidad y trascendencia de estas palabras”. Esto no hubiera hecho falta decirlo. Pienso que antes se quedarían sin comer los padres de estos chicos que tocar no una “sola peseta” que no fuera para el fin destinado al estudio.
    Aqui quiza un valor actualmente denostado: la honradez de los padres de esa generación, que trasmitían un modo de vida basado -por resumirlo en una virtud- en la honradez

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    • Creo que, con esa frase, el director pretendía evitar la tentación de los padres de premiar a su hijo becado con algún regalo no relacionado con materiales para el estudio. Al menos, así lo entendí yo. Muchas gracias, don Evaristo, por su comentario y un cordial saludo. PPA

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