De Michelle, el sastre, mi madre y el café

pixabay

Hoy, más que un post con un objetivo específico, te invito a que hagamos de esta conversación una charla informal, sin mayores pretensiones. Como si estuviéramos disfrutando de un rato de ocio en un bar, charlando en torno a un café. Pago yo.

Cuando era pequeño aprendí muchas cosas interesantes en la escuela.

En materia de lenguas extranjeras –ya sabes lo que te abren al mundo- comprobé, a los pocos años de ir al cole, la importancia de saber francés para enterarte de que la plume de Michelle est sur la table. Lo que no estaba nada mal como información. Imagínate si cruzas la frontera pirenaica y alguien te pregunta, así, sobre la marcha y de sopetón, que dónde está la pluma de Michelle. Lo clavas, es que lo clavas: sur la table! Seguro que los dejas complètement étonnés. O sea, estupefactos.

Desgraciadamente, el estudio del francés fue a la baja (no creo que porque las estilográficas se sustituyeran por bolígrafos) mucho antes de que uno lograra enterarse de quién era la tal Michelle. Antes incluso de que nadie me la mentara, siquiera, fuera del aula. Nadie lo hizo, ni a mis compañeros ni a mí salvo, como te decía, en mi cole: los Escolapios de Tafalla.

En general, fuese por lo que fuese, por aquí muchos nos cambiamos al inglés al pasar al instituto. Nadie me advirtió entonces de que, al cabo de unos años, me casaría con una francesa… Como ocurrió.

Si yo fuera norteamericano, ahora podría pedir daños y perjuicios (no por haber contraído nupcias, cuidado, sino por no habérseme exhortado a seguir con la lengua de Molière).

Y ojo con el tema de los daños y perjuicios, que de algo de esto hablaremos luego.

Al pasar a estudiar inglés, me di cuenta enseguida de que había alguno que presumía (“My taylor is rich”) de tener sastre. Y, encima, rico.

De otra época

Como ves, soy de otra época. De cuando no había ni ordenadores, ni tablets u otras herramientas digitales, sino que se escribía ¡a mano! Eso sí, con una maravillosa caligrafía que nos enseñaban en los Cuadernos Rubio, y de la que intentábamos dejar constancia, muy aplicados.

Por si a alguien le pareciera inconcebible (seguro que hay más de un nativo digital que cree que los Ipods y Ipads son cosa de siempre), tampoco existían Zara o similares, así que el sastre se debía de poner las botas. Como a Michelle, tampoco le conocí.

Aparentemente -pero sólo aparentemente-, mis inicios en las lenguas extranjeras no me aportaron demasiado a efectos prácticos en mi niñez y pre adolescencia. Al final no es que habláramos de pájaros y flores, pero sí de plumas y de sastres.

Otra cosa era la lengua propia: ahí desde el principio ibas a la esencia y te enterabas de algo nuclear, personal e imperecedero: Mi mamá me ama”, “mi mamá me mima”, “amo a mi mamá”. ¡Qué más quieres, Baldomero! Frases profundas, verdaderas, muy prácticas y de uso frecuente, ya doméstico ya en otros ámbitos. Que como se escribían, sonaban. ¡Y qué bien sonaban! Y, encima de que por fin sabías de quién hablabas, potenciaban la autoestima y las podías usar años y años (no como la estilográfica, o los trajes del sastre –que imagino habrá pasado ya a mejor vida-).

Pero bueno, que me estoy comiendo los minutos y no me acabo de centrar

No quiero que creas que ninguneo el aprendizaje de lenguas extranjeras. Todo lo contrario. De hecho, gracias al estudio del inglés me es posible comunicarme con muchas personas, algunos grandes amigos, de otros países. O leer publicaciones que no se editan en español.

Al hablar de publicaciones me viene a la memoria cómo (años después de lo del sastre) pude enterarme de la demanda millonaria de una ancianita americana a quien le sirvieron un café abrasando. Tanto que, al derramárselo sobre sí misma y quemarse muy gravemente, les plantó una reclamación judicial y les sacó una indemnización por daños y perjuicios de lo que no está escrito. Bueno, escrito está; y mucho: puedes buscarlo en Google.

Ahora, hace pocos días, he leído que hay otra persona que está demandando en Estados Unidos porque su café tenía demasiados hielos. Más exactamente, lo que viene a decir es que le están vendiendo hielo a precio de café. O sea, como cuando una conocida mía pide en su carnicería que le pesen las lonchas de jamón sin el papel de envolver, porque no quiere pagar el papel a precio de jabugo.

A lo que iba: que los hosteleros y similares de Estados Unidos pueden acabar de los nervios con el café… que sirven. No es eso de “si bebo mucho borracho, si no bebo, miserable”, pero parecido. Que si el café abrasa, que si demasiados hielos. Y, en ambos casos, demanda que te crío con posibilidades de prosperar. Lo mismo me consta que pasa si te operan de apendicitis y te dejan un poco descolocao el ombligo: daños y perjuicios.

Como ya te comenté una vez, todo se pega menos la hermosura (haz clic aquí). Y me da a mí que estas reclamaciones, café abrasando, café con hielos, ombligo más o menos in the middle, crecerán en proporción geométrica en nuestro país más pronto que tarde.

Así que, si trabajas en el gremio de hostelería o conoces a quien lo haga, si eres cirujano o amigo de uno o, en fin, tienes cerca a alguien que preste servicios, recomiéndale que se asegure. Que ya me dicen mis amigos Carlos, de Tafalla como un servidor, y Luis –los dos de CommunityOfInsurance, que de eso de seguros saben un montón- que las aseguradoras son vitales para el sector servicios. Otro día quizás te hable de ello, pero te lo anticipo ya: ojo al dato. Que más vale póliza en mano, que siniestro sobrevolando…

Y esto sí que va en serio. Aunque sea lo único de todo el post.

Si te ha entretenido, compártelo. Necesitamos una brizna de humor.

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2 comentarios en “De Michelle, el sastre, mi madre y el café

  1. ¡Ay, los cuadernos Rubio! Caligrafía inglesa, redondilla, gótica…. después pasamos a la estilográfica, que era muy molona (de hecho, yo hacía colección), a continuación al bolígrafo… y ahora usamos el móvil o la tableta hasta para hacer la lista de la compra. Y dicen que escribir a mano estimula la inteligencia, así que ahora mismo voy a ver si rescato una de mis amadas y antiguas plumas 🙂
    He pasado un buen rato, José, muchas gracias

    Le gusta a 1 persona

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