
No hace falta emplear mucha tinta para explicar que vivimos tiempos críticos para la persona y para la sociedad: la pandemia con todos sus efectos nocivos (salud física y mental, economía y empleo, etc.); la guerra de Putin contra Ucrania; la falta de identidad de Occidente; la imposición de lo políticamente correcto; la expansión y “celebración” del aborto (en Colombia acaban de permitirlo hasta los 6 meses; Macron quiere que integre los derechos fundamentales de la Carta europea…), la creciente merma de libertades, el ataque a la familia… Paro aquí. Porque podría seguir. Te dejo que lo completes con el resto de realidad nacional o internacional que vives.
No profundices, no te extiendas ni un minuto más de lo necesario. Es importante ser conscientes de lo que pasa: de hecho, es vital. De ahí la relevancia de lo que se nos cuenta, de cómo se nos cuenta… y de lo que se nos oculta.
Saber lo que realmente hay es el primer paso para aplicar la terapia
Estamos a tiempo de que este “informe médico” desalentador no se convierta en una autopsia. Para ello, hay que volver a las raíces, a lo que da vida. Y hay que convertir el pretendido desaliento, la crisis, en una oportunidad de crecimiento, en una palanca de cambio, en un punto de inflexión: para hacernos mejores personas y poder construir una sociedad mejor. Se dice -y se dice bien- que las crisis son oportunidades de crecimiento…
¿Acaso nuestros antecesores no vivieron pandemias, o guerras, hambrunas, o tiempos de enorme desconcierto? ¿No existió la esclavitud, no se dieron genocidios, no se atacaron libertades, no se fomentaron nacionalismos egoístas e identitarios, no se persiguió la fe, no se incendiaron iglesias, no se asesinaron mártires…?
Paro aquí. Tampoco le doy un minuto más. Dale tú en tu cabeza los que quieras. Porque mi propósito es otro.
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