De confesiones y un preso

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Confieso que lo he escuchado muchas veces. Gracias a Dios -nunca mejor dicho-.

Me refiero a esta frase que, seguro, te suena: “La Pasión de nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de todos los Santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna. Vete en paz”. ¡Y qué en paz se va uno, oye! Del confesionario, aclaro.

Cuando estaba en la política navarra y era posible objetivo de ETA, me guardaba, a modo de comodín, una parte de esa frase, que me resonaba cada vez que la oía.

Me explico: Uno tendía a pensar que, si un día, un atentado, una bomba lapa, le hacían volar (siento ser tan descriptivo), lo de “el mal que puedas sufrir”, habría cuajado de pleno y… san Pedro me estaría esperando, llaves en mano.

Porque lo de “el bien que hagas”, nunca parece tan… evidente. Uno lo intenta y lo intentaba, sí, aunque con irregular resultado: aquello era y es en alguna medida discutible en cuanto a la actitud y la aptitud.

Sin embargo, lo de “el mal que puedas sufrir” (¡eso que no dependía de mis limitaciones!) era más claro y objetivo: si lo sufría, lo sufría.

No pensaba, entonces, –al escuchar lo del mal que puedas sufrir- en bagatelas, en menudencias, de esas cotidianas, de las del diario quehacer: malos ratos, disgustos… Ni siquiera en las injurias… que parecían ir en nómina.

Pero aquel comodín se acabó. Hoy, por razones tácticas –que no éticas-, ETA ha dejado de asesinar. Y yo he dejado la política. Así que lo del “mal que puedas sufrir”, lo veo ya como más difuso; o como todo bicho viviente. Ojo: sé que en cualquier momento uno puede toparse con la cruz; pero digamos que aquel riesgo objetivo y extraordinario de que me dieran matarile se ha difuminado. Y con él, el “comodín”.

Esto, curiosamente, me ha servido para darme un meneo y centrarme en lo trascendente:

Como en muchas cosas, en lo que mi sacerdote recita antes de darme la absolución, lo importante no estaba en ese final, sino en el principio: la clave del premio de vida eterna era “La Pasión de nuestro Señor Jesucristo”; a la que se unía inmediatamente, “la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de todos los Santos”. ¡En el principio estaba lo principal (seguro que se llama así precisamente por eso)!

Ahí estaba la clave. Nada serviría sin la Pasión.

Eso lo ha interiorizado muy bien Martín, amigo mío de recia fe. Todo en él es recio, a decir verdad.

Martín está preso, hoy en tercer grado. Y esto sí viene al caso.

Hace poco, me contactó para quedar a charlar un rato. Le propuse: – ¿el viernes? Y me dijo: – Salvo de doce a una y media, que estoy en la Adoración Perpetua.

Y a la una y media, allí estaba, a la salida, esperando mi llegada.

Ya tomando un café, me contaba Martín, entre docenas de anécdotas, cómo hacía un tiempo había pedido permiso para que le visitase un sacerdote (“el pater”, le llama). Quería confesarse. Y se lo habían concedido.

Tras la aparición del cura rejas adentro, más de un recluso se había mostrado  curioso… e interesado (- ¿Cómo es que ha venido, si no es domingo?).

–  Necesitaba confesarme, les dijo Martín sin cortarse un pelo.

Hoy, animados por Martín, y contagiados por su gozo sin complejos, muchos presos se liberan de ataduras y pecados cuando reciben, arrodillados, el perdón y la Misericordia del Señor, a manos llenas; cada mes.

Mi amigo me subrayaba: “José, seguramente mi sitio estaba ahí. En prisión me he acercado a Dios en el otoño de mi vida. Me siento muy amado por Él; y Él se ha servido de mis torpezas, de mi inutilidad, para que le acerque a personas con complicadas biografías y con mucha hambre de perdón y sanación. Desde la calle, ello no me hubiera sido posible”.

Martín dejará la cárcel en dos semanas. Y me viene a la cabeza lo de “el bien que hagas”… A mí, Martín me lo ha hecho. ¿Y a ti?

Este artículo se publicó recientemente en la revista mensual Mundo Cristiano. Te aconsejo que la leas. Te suscribirás…

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