‘El éxito en la comunicación personal’, por Pedro Paricio

Nuevo post de nuestro invitado Pedro Paricio Aucejo

silhouette-1082129_1920Todos deseamos comunicar. La mera observación de nuestro organismo denota que el ser humano está diseñado para relacionarse con el exterior. Este hecho convierte a la comunicación en un recurso necesario para poner remedio a la soledad existencial y al aislamiento social. Ahora bien, buena parte de las relaciones con los demás son defectuosas porque no siempre se comunica con éxito.

Es cierto que la convivencia humana comporta comunicación por medio del lenguaje, pero quien desea manifestar lo que siente o piensa se encuentra –de entrada– con que el adecuado uso del idioma es más complicado de lo que parece: la palabra se convierte con frecuencia en una barrera comunicativa. Lo mismo sucede con otras herramientas de comunicación como las imágenes, los gestos, las emociones, las circunstancias que envuelven la interlocución y los demás factores que conforman tan mágico proceso: aun siendo elementos seductores, atractivos y expresivos (como la mirada, la sonrisa, el afecto, la serenidad, la confianza, el respeto, la comprensión…), pueden jugar malas pasadas a la hora de contactar con otra persona. Más aún, a pesar de disponer hoy en día de una abundante y sofisticada tecnología para este menester, resulta llamativo que el balance en la operación de comunicarse con los demás siga siendo tan deficitario como en otros tiempos con menos recursos procedimentales.

Quizá la clave de esta imperfección comunicativa fue descubierta en Clermont-Ferrand durante la primera mitad del siglo XVII. Esta población de la zona sur del centro de Francia –en esa época todavía con aspecto medieval, acrecentado por sus torres y campanarios– exhibía desde la campiña una posición privilegiada. En la ciudad, amurallada y fortificada, incluso las casas de noble apariencia se agrupaban de forma desordenada a lo largo de calles tortuosas, estrechas, malolientes y, con frecuencia, sin salida. Allí, en una de aquellas viviendas, tuvo su cuna Blas Pascal (1623-1662), cuya privilegiada mente le permitió conseguir –desde muy joven– brillantes inventos técnicos, como el de una máquina calculadora, e innumerables contribuciones en el campo de las matemáticas, la física y la química, como las referidas –entre otras– al estudio de las secciones cónicas, el cálculo de probabilidades y los experimentos sobre el vacío.

Sin embargo, a pesar de estos éxitos, un buen día tuvo que reconocer que “había pasado largo tiempo en el estudio de las ciencias abstractas; pero la escasa ´comunicación´ que se puede sacar de ellas [le] había desengañado”. Más aún, esta situación le llevó a afirmar: “Cuando empecé el estudio del hombre, vi que yo, progresando en ellas, me alejaba de mi condición más que los otros al ignorarlas… El estudio del hombre es el que [resulta] verdaderamente propio”. Facilitada por su profunda experiencia religiosa de renacimiento –experimentada en 1654–, su actitud intelectual había cambiado. El descubrimiento del horizonte ofrecido por el Dios vivo del Evangelio le hizo abandonar las ciencias y dedicarse a la filosofía y la teología. Desde entonces, la postura fundamental del pensador francés fue su dedicación al estudio del hombre por necesidad de comunicación, que no es sólo comunicación con los otros, sino también con uno mismo.

Según Pascal, el ser humano –que está hecho para pensar– debería empezar por pensar en sí mismo. Sin embargo, esa operación resulta con frecuencia insoportable porque le muestra la miseria de la propia agitación en que pasa su vida. Pero se trata de una miseria que proviene de su propia grandeza de ´rey destronado´ y le mueve al irreprimible instinto de elevarse. Ahora bien, el reconocimiento de la grandeza humana se encuentra sólo al final de una costosa búsqueda, cuando se descubre un Dios de amor y consolación que, junto a la miseria propia del hombre, hace sentir interiormente la infinitud de la misericordia divina.

Aquí se encuentra –para el filósofo de Clermont-Ferrand– lo esencial de la vida, en cuyo olvido radica el meollo de la incomunicación actual. Es la misma piedra con que se ha tropezado siempre en todas las épocas: la comunicación fracasa precisamente cuando parte de una conciencia mal formada, pues –al no ir más allá del estereotipo social y quedarse en una mera dimensión superficial– se sostiene en el convencionalismo, deja sin abordar lo esencial de la relación humana, malogra el diálogo auténtico y puede abocar a la angustia existencial.

Para evitar esa situación, la persona se ha de comunicar con el fondo humano del interlocutor, aquel que comporta valorarlo en su grado máximo como ser. Entonces, el comunicador –dando rienda suelta a su afán de expansión vital– no buscará atraer la atención hacia sí mismo, ni hacia lo que se cuenta, ni hacia el modo de contarlo. Como dice Víctor García de la Concha que le ocurría a Santa Teresa de Jesús, sólo sentirá la imperiosa necesidad de asociar al oyente a la asombrosa aventura de beber libremente del torrente de Dios que mana en el interior de cada hombre. Por medio de adecuados estímulos y precisas orientaciones, el comunicador proyectará su propio ser sobre el otro para involucrarlo en el afán de rendir culto a una Verdad que le permita madurar en toda su plenitud de persona.

4 comentarios en “‘El éxito en la comunicación personal’, por Pedro Paricio

  1. Buen artículo. Pone el dedo en la llaga de una de las principales necesidades del ser humano; quizá la principal necesidad, culmen de todos los anhelos.
    En mis clases de la asignatura «Ciclos vitales y comunicación en la familia» del Máster Universitario en Orientación Educativa Familiar http://www.unir.net/educacion/master-orientacion-educativa-familiar/549201485524/ insisto mucho en algunas ideas concomitantes con el fondo conceptual de este artículo:
    – Comunicarse bien no es cuestión de tener «competencias sociales» ya que se puede ser un virtuoso del uso de la palabra y el gesto y utilizar esas habilidades para obtener de los demás beneficios o lograr que hagan lo que le interesa al «encantador de serpientes», despersonalizando, «cosificando», al «otro».
    – La auténtica COMUNIcaciÓN es COMUNIÓN, unión profunda que tiende a difuminar los límites personales avanzando hacia un vínculo profundo que supera la mera relacionabilidad instrumental.
    – La felicidad solo se puede alcanzar en el encuentro interpersonal; por muy intensas que sean las experiencias habidas con seres no personales, minerales, vegetales, animales (y si se me permite «conceptuales») no llegan a satisfacer como el encuentro con las personas. Encuentro con los seres humanos mientras vivimos «aquí abajo» y con las Personas divinas cuando llegue el momento.
    Me encanta eso de «la asombrosa aventura de beber libremente del torrente de Dios que mana en el interior de cada hombre».
    Un saludo muy cordial,
    @JFCalderero.

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