¡Hogar, dulce hogar!, por Pedro Paricio

Imagen: Vidar Nordli-Mathisen Unsplash

La casa es el lugar donde se subviene a las necesidades esenciales de la persona: ahora y en el Paleolítico inferior. Al menos, esa era la función que, aun rudimentaria, desempeñaba la cueva valenciana de Bolomor, en el término municipal de Tavernes de la Valldigna. Los últimos hallazgos de su yacimiento arqueológico –cuyos restos datan de 250.000 años a. C.– atestiguan que es el ´hogar` más antiguo de la Península Ibérica.

Pero no hace falta alejarse tanto en el tiempo para saber que la vivienda es una exigencia básica en la vida del hombre, si bien hoy en día se ha convertido, además, en una de las preocupaciones principales de los españoles. Este problema comenzó a ser noticia pública a raíz de los desahucios por ejecución hipotecaria, surgidos como consecuencia de la crisis económica de 2008.

Sin embargo, en nuestro país se venían arrastrando históricamente otras coyunturas no menos descarnadas en este ámbito, como las de aquellas personas que, por no tener un lugar donde vivir, transitaban crónicamente de una población a otra, en busca de cualquier refugio donde cobijarse. Y también, en determinadas zonas urbanas y rurales, se daban casos de personas que malvivían en chabolas sin los mínimos requisitos de habitabilidad.

El desencadenante de estas indignas condiciones de vida ha tenido un largo recorrido en el tiempo: si a la gran emigración del campo a la ciudad en los albores del siglo XX se suma la devastación inmobiliaria producida por la guerra civil, la penuria económica posterior a la contienda y el consiguiente movimiento migratorio interior experimentado durante varias décadas, se comprenderá el alcance de la escasez generalizada de viviendas en España y el desbordamiento del chabolismo en las grandes ciudades a comienzos de la segunda mitad de la pasada centuria. Este último fenómeno se agudizó, en el caso de Valencia, como consecuencia de las inundaciones de la riada de octubre de 1957.

Para paliar este grave problema nacional se creó en dicho año el Ministerio de la Vivienda, al frente de cuya primera Dirección General se nombró al valenciano Vicente Mortes Alfonso (1921-1991), que llegó a ser ministro del ramo en 1969. Respecto de la devastación producida en la ciudad del Turia, este ingeniero con gran preocupación social se ocupó primero, por encargo del gobierno de la nación, del alojamiento de las aproximadamente 1.200 familias damnificadas que se habían quedado sin casa y se dedicó, después, a la edificación de los hogares apropiados que las acogieran. Del mismo modo, ya en el ámbito nacional, terminó 300.000 viviendas al año siguiente de iniciado su mandato ministerial, manteniéndose un elevado ritmo de construcción hasta su cese en 1973.

Sin embargo, a pesar de que distan cinco décadas de estos acontecimientos,  son muchas las personas que, en nuestro país, no tienen todavía acceso a una vivienda digna, pues, si bien el chabolismo usual hasta los años 90 –de carácter nacional y urbano sobre todo– quedó prácticamente erradicado, a partir de ese momento adquirió un nuevo rostro. Afectó esencialmente a población extranjera de origen extracomunitario, en situación administrativa irregular y procedente en su mayoría del norte de África y del África subsahariana. Sólo en la ciudad de Valencia se han contabilizado recientemente más de 2.000 personas alojadas en asentamientos insalubres, edificios derruidos, solares abandonados e incluso portales.

Por su trascendencia vital, también hoy tendría que ser objetivo prioritario de las instituciones públicas la pronta resolución de esa situación. Alejadas de toda actitud demagógica, deberían responder con políticas adecuadas que, ofreciendo inmediatamente alternativas habitacionales a los afectados, evitaran la vulnerabilidad social y protegieran bien tan básico como la vivienda.

Quienes disfrutan de ella saben que su obtención es decisiva para satisfacer las apremiantes necesidades materiales y espirituales del ser humano. Pero en especial se goza de ella cuando –más allá de mero habitáculo adonde se acude a comer, a dormir o a refugiarse de las inclemencias meteorológicas– la casa se transforma en hogar. Porque sólo él es el microcosmos estable en que se pone coto a las difíciles coyunturas de la existencia: prolongación arquitectónica del cuerpo y del alma de quienes lo habitan, pero también confluencia del esfuerzo sostenido por la civilización a lo largo de los siglos.

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8 comentarios en “¡Hogar, dulce hogar!, por Pedro Paricio

  1. Toda la razón, creo que actualmente hay demasiada gente que vive en condiciones infrahumanas en portales, bajo de los puentes , ex necesario que los políticos tomen conciencia de este deber que tenemos tan cerca

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  2. Un enjambre de asuntos importantes se entretejen en torno al tema central de este artículo. Es un derecho ineludible del ser humano disponer de una vivienda digna.
    ¡Ojalá se consiga que este reducto nos permita aliviarnos del constante desgaste que produce el tráfago diario!
    ¡Enhorabuena, Pedro, por tratar asuntos tan sugerentes!

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    • Muchas gracias, María Jesús y Vicente, por este nuevo comentario, reflejo de vuestra vocación hogareña al tiempo que de la ajetreada vida que lleváis últimamente. ¡Acción y contemplación! Un fuerte abrazo para los dos.

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