«La educación emocional no es una moda; tampoco una novedad», por Leticia Garcés Larrea

La autora de este nuevo post en Dame tres minutos es Leticia Garcés Larrea. Al final de su artículo os dejo alguna información sobre ella y su ejercicio profesional*.

Le agradezco mucho esta colaboración en el blog y, sin más, os dejo con ella. Estoy seguro  de que su contenido puede dar pie a un rico análisis y debate.

Tuya es la palabra, Leticia.

«La educación emocional no es una moda; tampoco una novedad», por Leticia Garcés Larrea

“La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego”. William Butler Yeats

Decir que la “Educación emocional” es una moda, una corriente educativa como otra cualquiera, o que es una novedad de los tiempos actuales, es no tener en consideración la etimología de cada una de las palabras que la componen. La palabra educación procede del latín educere, que significa guiar o conducir y también educare, que significa instruir o formar, es decir, promover su desarrollo integral. Y, por otra parte, la palabra emoción proviene del latín emotio”, que se deriva del verbo emovere que significa mover hacia afuera. Con lo cual, educare, educere y emovere formarían la educación integral de la persona, guiar, instruir y emocionar para aprender. Otra cosa es que durante años hayamos dado prioridad a la parte cognitiva más que a la parte afectiva, pero ya Aristóteles decía: «Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto».

No puede ser una novedad algo que ya contemplaban los filósofos griegos, algo bien distinto es no haberlo tenido en cuenta de forma tan consciente como hasta ahora, y que esto haya generado problemas de salud como el aumento de ansiedad y depresión, problemas sociales el acoso escolar en la juventud, en muchos supuestos derivando en suicidio que se ha convertido en la primera causa de muerte no natural en España desde el año 2008, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística; y que la neurociencia o psicología positiva que estudia los beneficios de las emociones positivas nos haya llevado a cuestionarnos todo esto.

Educare, educere y emovere

Nada que provenga de estas tres palabras es una moda ni una novedad, pero sí tenemos que tener cuidado con quien lo presenta como tal, porque quizás haya motivaciones comerciales y posiblemente de márquetin detrás. En los últimos años, ha bajado la natalidad en España, esto inevitablemente ha afectado a la matriculación en los colegios y esto quizás sea uno de los motivos por los que algunos centros de enseñanza ofrecen la educación emocional como un distintivo, como hace algunos años ofrecían idiomas o informática, la extraescolar de moda puede que se haya convertido en educar las emociones, y por supuesto que los idiomas, la informática y la educación emocional son necesarias, pero cuestiono el que se conviertan en un medio para conseguir un fin, cuando se trabajan por su valor, como un fin en sí mismo es fabuloso, por supuesto que sí.

No hay educación que no contemple la parte afectiva, como no hay crianza que no contemple el respeto ni disciplina que no sea positiva; si no hay afecto o respeto, simplemente no es ni educación ni disciplina, no hablamos, en tal caso, de educación, sino de corrección conductual, no hablamos de guiar sino de modificar y esto no nos permite educar en valores, que en definitiva es lo que todos buscamos.

Educar es guiar sin dañar, no modificar al azar

La diferencia principal entre guiar y modificar está en la mirada del adulto hacia el infante. Si pensamos que el adulto debe enseñar y que sin estas enseñanzas no puede aprender, probablemente nos centraremos en corregir errores (no se dice “se ha rompido”, se dice “se ha roto”), en corregir conductas aplicando castigos o premios principalmente (“como te has portado mal, te quedas sin ver tele”, “como te has portado bien, hacemos algo que tú quieras”), concluyendo la mayoría de correcciones etiquetando las conductas desde la emoción del adulto (“eres un vago, desobediente y desordenado, sin embargo mira tu hermana qué buena es”).

Siempre que ponemos el foco en los errores y conductas de nuestros hijos e hijas buscando la manera de modificarlos por nuestros propios medios, sin incluirles en sus procesos de cambio, sin dar lugar al proceso madurativo y desarrollo personal y emocional,  recurrimos más fácilmente a respuestas autoritarias que son más reactivas, con poca regulación emocional, sin un conocimiento claro sobre lo que hacemos  y por qué y sin tener la confianza suficiente en si lo que hacemos genera aprendizaje en ellos o si por el contrario es posible que dañe la relación filo parental (el castigo está comprobado que no educa y lo seguimos usando pese a su poco efectividad). Sin embargo cuando nuestra mirada hacia la infancia cambia, no nos creemos autores de su historia sino acompañantes de su camino, no creemos que tengamos que enseñarles lo que no saben sino que tenemos que facilitar que aprendan lo que necesitan, nuestra forma de sentirnos frente a ellos cambia, somos más responsivos y menos reactivos; es decir, tenemos en cuenta tanto sus necesidades emocionales como las propias a la hora de responder a sus comportamientos,  mostramos mayor autoridad, mayor confianza, y por supuesto, sin tanta prisa por cambiar nada, sino dando tiempo al tiempo, como cuando nuestras abuelas dedicaban horas a cocinar un cocido, porque saber que el prefrontal cerebral no termina en desarrollarse hasta los 21 y 24 años según los científicos, nos da mucha tranquilidad. Está claro que el tiempo ayuda y que nunca es tarde para intentar cambiar la mirada hacia la infancia, pero teniendo claro que nuestro cometido es acompañar su crecimiento, no cambiar a nadie.

Beneficios de la inteligencia emocional en la adolescencia

Para los que duden de los beneficios de la educación emocional, voy a aportar algunos “titulares” que nos aporta la ciencia, porque si todos los miembros de la familia entrenamos las distintas competencias emocionales es muy probable que nos encontremos adolescentes con algunos de estos beneficios: menos síntomas físicos y de somatización, menos ansiedad y depresión, menos estrés social, mayor uso de estrategias de afrontamiento positivo para solucionar problemas, mejores habilidades interpersonales y sociales, más amigos y un mayor apoyo social y familiar, mejor ajuste psicológico, menores niveles de agresividad física y verbal, menos problemas de conducta, mejor capacidad de comunicación y resolución de conflictos, más empatía y cooperación y mejora de rendimiento y autoeficacia en el contexto escolar.

Fórmula de las tres “C”s: Condiciones físicas óptimas, la conexión emocional y la convivencia

Para ir concluyendo este post, quiero hablar de tres palabras clave (condiciones, conexión y convivencia) y de la importancia que tiene trabajarlas en el orden en el que las presento, pues nos permitirán alcanzar los beneficios de la inteligencia emocional científicamente probados y así poder entender la “educación” como “emocional, respetuosa y positiva”, aunque durante años, siendo la prioridad sobrevivir, la educación fuera autoritaria y descuidara la parte afectiva.

El primer paso que os invito a dar es a revisar cuáles son nuestras condiciones físicas, qué hábitos de cuidado personal o de alimentación llevamos a cabo, qué tipo de descanso tenemos y si practicamos una vida activa donde está incluido el ejercicio que nos permite combatir el sedentarismo. Si nuestras condiciones físicas no son buenas y perdemos la homeostasis en nuestra vida, poder hacer frente a situaciones estresantes de la familia que requieren de una estabilidad emocional y capacidad de autorregulación emocional, será difícil.

Como segundo paso, si ponemos el foco en nosotros como cuidadores principales de seres humanos en desarrollo, poder conectar con nuestros hijos e hijas o alumnado si somos docentes, desde nuestras propias emociones será más fácil. Porque todo lo que hacemos está influido por lo que sentimos y desde luego ser dominados por nuestras emociones es algo que a nadie nos gusta. Algunas de las competencias emocionales que Rafael Bisquerra propone entrenar son las siguientes: toma de conciencia de las propias emociones, dar nombre a las emociones, expresión emocional apropiada, autoestima, resiliencia, buscar ayuda y recursos, bienestar emocional, habilidades sociales y asertividad.

Por último, tenemos la última “c” que propongo, la convivencia, que también podemos verla como consecuencia de las dos anteriores. La convivencia es el resultado de las condiciones físicas que tenemos, que a su vez nos facilitarán tener una mejor o peor conexión emocional según las competencias emocionales que llevemos a cabo en nuestro día a día.

A modo de conclusión, diré que la educación emocional ni es una moda, porque con todo el respaldo científico que tiene no es fácil que con el tiempo se diluya, sino que en todo caso eche raíces y que no es una novedad, porque mucho antes que Howard Gardner, SaloveyMayer, Daniel Goleman, María Montessori o Martin Seligman, los filósofos griegos también hablaban de un concepto de educación que contemplaba el corazón. Otra cosa es que en tiempos difíciles el cerebro primitivo haya priorizado sobrevivir, que curiosamente es para lo que está programado. Ahora nos toca a nosotros decidir si en los tiempos actuales queremos vivir o seguir sobreviviendo.

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* Leticia Garcés Larrea es Pedagoga por la Universidad de Navarra (2009), Postgrado en Educación Emocional y Bienestar en la Universidad de Barcelona (2016), Máster en Inteligencia Emocional (2017) y estudios de Neuroeducación (2018) en la UNED de Madrid y Psicología positiva en el Instituto Europeo de Psicología Positiva (2019). En 2010 fundó la plataforma Padres Formados, a través de la cual gestiona las formaciones que imparte, a familias y profesionales en temas relacionados con la educación emocional y la parentalidad positiva, tanto de forma presencial como online. Desde 2012 organiza eventos formativos, como jornadas de prevención para la salud emocional y congresos de educación emocional en Navarra. Vivió y trabajó en centros de menores en Guatemala y coordinó proyectos de cooperación y educación (2002-2007). Colabora con Eduemo Lab, laboratorio de educación emocional de la UNED de Madrid. Es autora del libro “Padres Formados, hijos educados”  (Editorial Creados, 2017), autora del material de trabajo “Educar sin miedo. Por una educación consciente, emocional y respetuosa” (Editorial Creados, 2018) y coautora de colección de cuentos y disco de canciones “Emociónate” (Editorial Creados, 2014). Es impulsora de la campaña de sensibilización #educarsinmiedo por redes sociales que cuenta con recursos educativos, entre ellos cinco cortometrajes. Centros escolares, asociaciones y otras entidades donde ha impartido formación: formaciones y colaboraciones.

Cuenta con una web propia: http://www.padresformados.es y, si tenéis interés podéis contactar con ella, bien por teléfono, en el 658 296 439 o bien por email: leticia@padresformados.es

 

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