Desnudos

Mi buen amigo Juan Antonio, Juan Antonio Gómez Trinidad, estuvo ingresado por Covid19 hace unos meses. Gracias a Dios, hoy goza de plena salud.

Tras recuperarse, relató su experiencia. Juan Antonio tiene una muy buena cabeza (no estoy descubriendo nada para quien lo conozca, que son muchos) y una muy buena mano para redactar.

Le pedí permiso para replicar su artículo, aparecido en Hágase estar nº 324 de este mismo mes, y me lo ha dado. Así que estamos; estamos de suerte.

Le doy las gracias (también en tu nombre) y solo añado un matiz menor (por debatir, je, je): creo que, cuando uno está amargado… -me refiero a una de las reflexiones que leerás-, se le acaba notando incluso si se dedica a poner ladrillos o reponer estanterías. No sé si el cliente, pero -al menos- el compañero; que no es poco. Y, en esto seguro que coincidiré -también- con Juan Antonio, quien -además- lo suele sufrir es el mismo trabajador (el de los ladrillos o los productos).

Pero,  vamos a lo importante, que es lo que nos cuenta Juan Antonio. Mil gracias, amigo. Magnífico artículo.

DESNUDOS, por Juan Antonio Gómez Trinidad

Desvístase y póngase esa bata.
Túmbese en la camilla y espere a que vengamos.

Con estas claras y breves instrucciones me quedé solo en el recinto provisional del hospital donde había ingresado como enfermo de coronavirus. Además de la soledad física, especialmente intensa por el tipo de enfermedad, la primera impresión que tuve fue la ralentización del tiempo: solo cabía esperar. Se acabaron las prisas en las que vivimos.
En segundo lugar, la dependencia: a partir de ahora eran otros quienes decidían por mí. Se acabó la autonomía y la independencia. En tercer lugar, la desnudez, no solo física, sino también psicológica. Se acabaron las vestiduras y adornos.

Comprendí de modo vivencial que nacemos desnudos y que, cuando nos marchamos de este mundo, dejamos aquí todos los ropajes que hemos adquirido; no solo los físicos, sino también aquellos otros que corresponden a los distintos papeles que hemos asumido: posición social, profesional, familiar, amistades, etc. En definitiva, los ropajes con los que nos presentamos en público y tal como nos perciben los demás.

No en vano, la palabra «persona» hace alusión a la máscara que utilizaban en el teatro griego los actores para representar al personaje. El actor quedaba detrás de la máscara, pero cuando la función termina solo queda el ser auténtico. El hombre es el único ser que puede representar una cosa distinta de lo que es, crear o interpretar un personaje y creérselo.

El peligro consiste en que el personaje devore a la persona: podemos llegar a creer que somos lo que representamos y no lo que somos. Pero también puede ocurrir que los demás solo vean el personaje y no la persona que somos.

Cuentan que un profesor de medicina preguntó a los discípulos qué veían mientras les mostraba un pañuelo blanco manchado en el centro. Todos acertaron al responder que una mancha, si bien no acertaban a saber de qué. El maestro les respondió: «En efecto hay una mancha, pero lo que ustedes realmente perciben es un pañuelo con una mancha.
Del mismo modo, no olviden cuando atiendan a sus pacientes que tienen delante a una persona con una enfermedad, no solo una enfermedad que curar».

Cuando el ser humano enferma, queda desnudo de todos sus ropajes, y es cuando más necesita que se le trate como la persona que es y no como los personajes que interpreta o ha interpretado. Cuando un día en la soledad de la habitación, una de las pocas visitas se dirigía a mí como responsable de un cargo que en su momento tuve, me sentía ridículo,
aunque lo hiciera con el mayor respeto y cariño.

Es entonces cuando más necesitamos del encuentro personal, sentir una mano que nos apoye, una voz que anime, una mirada que nos comprenda y nos acompañe. Esa situación de «en carne viva» nos hace más sensibles a cualquier roce afectivo, sensorial o cognoscitivo. Lo que se percibe siempre tiene una dimensión especial.

Por ello, la misión de los sanitarios es especialmente importante. No solo como profesionales que han de ayudar al paciente a recuperar la salud perdida, sino como acompañantes que posibilitan el encuentro personal con un ser especialmente débil.

La preparación profesional de los sanitarios españoles es, en general, excelente, si bien requiere siempre de una actualización permanente como se pone de manifiesto constantemente: el sanitario no puede anquilosarse.

Pero mucho más importante es su actitud de entrega y cariño hacia el enfermo. La desnudez, el dolor y la debilidad afinan la sensibilidad del enfermo: necesita y valora más los pequeños detalles, ya sea el modo de servir la bandeja, el cuidado al hacer la limpieza, el tono de voz, los alientos de ánimo, el brillo de la mirada cariñosa, etc.

A título anecdótico, recuerdo la mirada alegre y las palabras tanto de saludo como de despedida de una enfermera que me llamaba por mi nombre, o una limpiadora que cada mañana me informaba con desparpajo de la situación de pandemia, de la reacción de «la gente», de cómo estaban las cosas por su pueblo, etc. Me trataba como una persona normal, no como una víctima amenazante de la pandemia. Por el contrario, alguna otra servía la bandeja de la comida como lo podría haber hecho la máquina que servía a Charlot en Tiempos modernos.

No es fácil trabajar cuando dos mascarillas, dos guantes o simplemente las gafas protectoras se te empañan por efecto de la respiración, y te estorban para hacerlo. Eso sin olvidar las tensiones, miedos e incertidumbres que ha generado esta pandemia. Es en esos momentos, cuando se pone de manifiesto lo mejor de la condición humana, y también lo peor, por supuesto, pero no me corresponde hablar de ello en esta situación.

En tales ocasiones se comprende lo importante de la vocación en la atención sanitaria, como también ocurre con la educación. Existe una diferencia, aparentemente sutil, pero profunda, de la persona que ejerce estos oficios con vocación de la que lo hace por resignación, y no digamos ya de aquellos que ni siquiera poseen esta última y lo hacen por necesidad. Amargado, se pueden poner ladrillos o reponer estanterías, pero no se puede desarrollar un oficio que suponga la relación personal como es la educación o la medicina. Para estos oficios no sirve cualquiera y, ojalá, por el bien de todos, sepamos acertar con el modo de suscitar vocaciones, y de seleccionar a aquellos que sientan estas profesiones como un modo de realizarse y no solo de ganarse la vida.

No puedo terminar este escrito sin proclamar mi agradecimiento a todos los sanitarios porque no necesito que me lo cuenten: yo he vivido y sentido su entrega, su capacidad de sacrificio, de superar temores y cansancios; en definitiva, he palpado su vocación y atención personal.

Al final, más allá de una profesión, de un modo de ganarse la vida, la conciencia, los pacientes y Dios son los testigos de un quehacer que no tiene precio, pero sí un enorme valor.

2 comentarios en “Desnudos

  1. MUCHAS GRACIAS por refrescar una idea permanente necesaria, imprescindible, esencial. Añado que también podríamos extrapolar estas reflexiones, consejos, agradecimientos al «sanitario», dek cuerpo, de la mente, del alma y del corazón, que en el fondo todos deberíamos ser. MUCHAS GRACIAS.

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