‘Frivolidad’, por Pedro Paricio Aucejo

¿Quién no ha actuado con frivolidad en algún momento de su vida? Sin duda, todo hijo de vecino se ha sentido apremiado en multitud de ocasiones por una banalidad de lo superficial que afectaba desde su aspecto exterior hasta lo más íntimo de su vida privada. En el peor de los casos, habrá quienes incluso hicieron de la exhibición de esa ligereza el caldo de cultivo en el que creció su propia destrucción. Averiguar cómo se enquistó individualmente esta actitud en las personas hasta rendir su voluntad es cosa bien sabida desde antiguo.

Ya en los años 20 del siglo pasado –dominados por una cultura de la futilidad y el desenfreno–, Gabriela Mistral (1889-1957) acotó los términos del problema con la claridad de su artística prosa: “Es frivolidad rozar la corteza de las cosas y los seres y no dejar la mirada más largamente en ellos, hasta ver que detrás de esa corteza de materia hay una raíz de espíritu que la está vivificando por siglos y siglos”.

Sin embargo, explicar cómo dicha veleidad se ha convertido en un estilo de vida generalizado no es algo ajeno a la dispersión transversal de la infinidad de bienes y servicios que se ofrecen para nuestro consumo, como sentenció también la genial chilena: “Estupenda frivolidad es el materialismo que se cree, sin embargo, hijo de la observación y la ciencia… Es frivolidad pensar que si nosotros los humanos hacemos el más mezquino objeto con un fin determinado, la naturaleza fuera hecha sin otra finalidad que el alimentar plantas, bestias y hombres, para que después la abonaran con su puñado de mísero polvo disperso, nada más”.

Asimismo Mistral mostró los pasos de la caída en ese seductor proceso: “La materia está delante de nosotros, extendida en este inmenso panorama que es la naturaleza, con la intención aparente de hacernos olvidar lo invisible, apegándonos a su hermosura, y nuestro cuerpo está susurrándonos que él es nuestra única realidad”. Más aún, dentro del ámbito de la creatividad en que ella se movió, consideró incluso que son frívolos los artistas “que, fuera de la capacidad para crear, [no] tienen al mirar el mundo exterior la intuición del misterio, y [no] saben que la rosa es algo más que una rosa y la montaña algo más que una montaña; [no] ven el sentido místico de la belleza y [no] hallan en las suavidades de las hierbas y de las nubes del verano la insinuación de una mayor suavidad, que está en las yemas de Dios”.

La autodidacta escritora estaba convencida de que “el fin de la vida entera no es otro que el desarrollo del espíritu humano hasta su última maravillosa posibilidad”. Se trata de “buscar en [la] naturaleza su sentido oculto y acabar llamándola al escenario maravilloso trazado por Dios para que en él trabaje nuestra alma”. Y lo mismo respecto del cuerpo, de modo que hay que “vivir sacudiendo su dominio y una vez domado, hacerlo el puro instrumento siervo, que debe trabajar para el espíritu, que es su única razón de ser”.

Es innegable que, aun sin ser propiamente una mística, la Nobel de Literatura de 1945 poseyó una dimensión contemplativa y espiritual del mundo. Su nativa compenetración con lo sencillo y humilde, su cosmovisión cristiana, su atracción por lo trascendente, su avidez ascética, su empatía con el dolor, su hondo sentido de la belleza… hicieron que, al valor literario de su creación, se le sumara su pasión por lo divino. El fruto de esta fórmula le permitió llegar al fundamento profundo de cuanto existe, hasta el punto que su producción vibra cuando canta el sentido de una existencia humana en armonía con el resto de lo creado.

Ello no es obra de la sugestión de una noble altivez ni de la heroicidad que tiende al ensueño, sino de la fe de quien, apartando con dignidad tranquila lo inmundo, es capaz de vivir hasta exclamar: “Estoy alegre porque trabajo en este solar de Dios que es el mundo. Estoy alegre de servirle y canto como canta el pájaro en la punta temblorosa de su rama. La voluntad de este mi Señor es a veces mi sonrisa y otras veces mi lágrima quemante”.

4 comentarios en “‘Frivolidad’, por Pedro Paricio Aucejo

  1. Un artículo extraordinario, donde el autor, basándose en unas citas-bien seleccionadas-de Gabriela Mistral, nos explica el misterio de la Obra de la Creación, que no aprecian los que no penetran en «la corteza de las cosas».

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