‘El ángel del Apocalipsis’, por Pedro Paricio

La frivolidad de unos, el provecho de otros y la irresponsabilidad de muchos está llevando a la lenta agonía de todos. Son numerosas las sociedades atribuladas en nuestro mundo actual por la carencia de liderazgo moral en sus dirigentes, la confusión ideológica y moral, el revanchismo social, la incesante corrupción, la maltrecha economía… Más aún, la grave incertidumbre respecto del futuro de demasiadas cosas importantes está apoderándose de una ciudadanía que se aleja cada vez más del interés por el bien común.

Sin embargo, este panorama no es nuevo, ni siquiera exclusivo de nuestro tiempo. Así, la transición del ocaso del siglo XIV al nacimiento del XV constituyó un período en el que el continente europeo fue asolado por calamidades de toda índole: guerra de los cien años, peste negra, conflictos sociales y políticos, crisis interna de la vida eclesiástica y religiosa, cisma de Occidente…

Pero esta época aciaga encontró –entre otros– el bálsamo de la figura de san Vicente Ferrer (1350-1419), que, con el esfuerzo titánico de su excepcional impronta, contribuyó a enderezar social, política y moralmente la decadencia del tiempo que le había tocado vivir. Si bien el relato de sus hazañas –convertidas en leyenda popular ya en vida del fraile dominico– mitificó la fama de su persona y de su obra, las muestras de la santidad de su actuación y de su mensaje ofrecen multitud de milagros, prodigios y virtudes extraordinarias.

Voz de fuego o lenguaje familiar –en función de su auditorio–, agudeza teológica, intensa vida contemplativa, dotes diplomáticas, don de gentes y sagacidad social… forman parte de un acervo que le permitió ser no solo el más eficaz predicador de su tiempo, sino también árbitro de una Europa dividida política y religiosamente. Su prestigio le forzó a intervenir como asesor en trances críticos de su época, actuando con decisión en pleitos de papas y reyes, sin que con ello menguara su reputación moral y su veneración universal.

Para ser más fiel a su vocación, se alejó de su situación privilegiada de consejero de las cortes de Aviñón y de Aragón, abandonó sus tareas de profesor y de escritor escolástico y se consagró a la más urgente labor de salvar a su resquebrajada sociedad, convirtiéndose así en apóstol de Europa. Desde fines de 1399, para predicar en toda su integridad el misterio cristiano, recorrió los caminos de los antiguos reinos de Castilla y Aragón, así como amplias zonas de las actuales Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia e Inglaterra, soportando guerras, peste, hambre, sed, inclemencias meteorológicas, calumnias…

Su palabra limpia, certera y caldeada por entrañas de paternal amor no podía sino encender el corazón de las multitudes hasta penetrar en sus más profundas emociones y remover a la transformación de sus conciencias. Su exhortación explicitaba el mensaje del ángel del Apocalipsis: “Temed a Dios y dadle gloria…”, con el que pretendió provocar la conversión personal y colectiva en sus predicaciones, de modo que el temor de Dios por él evocado no surge del servilismo pavoroso sino de la reverencia y el amor filial.

Al estilo expresivo de sus sermones se sumaban la animosa puesta en práctica de los consejos elaborados en su ´Tratado de la vida espiritual` y la atención por los problemas generales y particulares de sus oyentes. La eficacia de su predicación renovaba espiritualmente regiones enteras, llevando la paz a las ciudades y la unidad a las instituciones. Trató de remediar los males de su época no con súbitas soluciones sino por medio de verdades y virtudes cristianas, logrando por añadidura resolver problemas temporales y restaurar la pacífica convivencia.

La palabra de este religioso valenciano ha permanecido indemne a través de los siglos, pues mantiene la vigencia de la Verdad que se yergue sobre el hombre trascendiendo la historia. Conserva además la cercanía que nos permite abordar hoy en día al Santo con la misma emoción con que se le aproximaban las gentes de su tiempo. Es por ello que, en la actual crisis de nuestro mundo, sus enseñanzas pueden levantar también la enseña de una sabiduría creadora de civilización con la que hacer frente a la multitud de problemas que atosigan a la humanidad.

4 comentarios en “‘El ángel del Apocalipsis’, por Pedro Paricio

  1. Muy buen artículo y totalmente de acuerdo. Para solucionar esta gran crisis en la que vivimos, especialmente moral, tenemos que ir a la esencia por medio de la verdad y de las virtudes cristianas. San Vicente Ferrer, ruega por nosotros.

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    • Muchas gracias, Roberto, por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado. Haces bien en implorar la ayuda de san Vicente Ferrer. Deberíamos hacerlo todos. Y no solo a él. Un fuerte abrazo.

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  2. ¡Muchas gracias por esta maravillosa glosa de un santo tan entrañable para los valencianos!
    Estamos verdaderamente necesitados de un personaje egregio, de moral intachable y entregado plenamente al bien común. Entre tanto…¡Que la obra de San Vicente Ferrer nos ayude a sobrellevar este difícil momento que nos está tocando vivir!

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