Pedro Paricio Aucejo regala una nueva colaboración a Dame tres minutos. Ya escribió recientemente otro post, que puedes leer aquí.
Cuando alguien -no yo- escribe en este blog, y hasta repite, además de demostrar su generosidad trabajando en ‘viña ajena’ gratis et amore, facilita al menos tres cosas:
- Que el titular no haya de hacerlo y pueda descansar de su periódica cita.
- Que todos podamos descubrir, leer y disfrutar a otro autor, otro estilo y un nuevo contenido.
- Que sintamos gratitud ante todo ello. En mi caso, el agradecimiento es doble: personal y familiar (pues puedo dedicarme un poco más a los míos).
El post, y los tres minutos, son de Pedro. Así que, sin más preámbulos, con él os dejo.
Muchas gracias, amigo Pedro. Tuya es la palabra.
‘Las coordenadas de la corrupción’, por Pedro Paricio Aucejo
Ha llegado la época en que el rigor del verano alcanza su apoteosis y el descaro del calor rotundo pone entre paréntesis casi todo aquello que no sea vacación. Es el periodo de tiempo en que –destacando del resto del año– proliferan en los periódicos las noticias sobre acontecimientos estrambóticos y hechos curiosos. Aunque, por quedar mucho estío por delante, todavía no he seleccionado lo más destacado de la presente temporada al respecto, en la pasada me resultó especialmente ocurrente la información protagonizada por un suceso acontecido en la playa de Pedregalejo, sita en el barrio marinero de la capital malagueña.
Además de distinguirse por la posesión de algunas bellas residencias veraniegas de finales del siglo XIX y principios del XX y un abundante número de hostales, bares y demás locales de restauración, este distrito se caracteriza sobre todo por el predominio de academias de español para extranjeros, cuya alta densidad de alumnado aporta pingües beneficios económicos para la zona. Pero el protagonismo mediático de aquella playa no vino dado por estos factores. Lo estrafalario de su presencia en el mundo de la comunicación fue propiciado porque, a finales de julio de 2016, el empuje del oleaje del mar sacó a flote un fardo de hachís hasta las arenas de Pedregalejo, donde fue birlado por los bañistas, que –después de abalanzarse sobre un socorrista, forzándole a huir– transportaron más de la mitad de la droga en sus propias neveras de playa.
Según los corresponsales que transmitieron la noticia, la primera en percatarse de lo ocurrido fue una bañista, que decidió alertar al socorrista vigilante de la zona. Un fardo arrastrado por las olas se había rajado por el impacto contra uno de los espigones costeros y las pastillas de hachís se habían salido del paquete. El socorrista cogió una bolsa y comenzó a cargarla con la intención de recuperar la droga y esperar a que llegara la policía para entregársela. Pero la recolección del estupefaciente despertó la curiosidad de numerosos bañistas, que, en poco tiempo, llenaron el lugar hasta convertirlo en un hormiguero. Fue entonces cuando se produjo una verdadera avalancha a la que el socorrista no pudo hacer frente. Al parecer, los bañistas pretendieron apoderarse de las pastillas de hachís guardadas en la bolsa, acorralando y forcejeando con el vigilante, a quien no le quedó más remedio que apartarse.
La Policía Local estableció un rápido dispositivo en la demarcación, aunque, cuando llegaron, el hachís –literalmente– se había esfumado. De los 30 kilos que suele contener un fardo, sólo se lograron recuperar 500 gramos. Los primeros indicios de la investigación apuntaban que los bañistas se habrían llevado más de la mitad de la droga del paquete, si bien se desconoce la cantidad exacta, pues parte de ella podría haber quedado en el fondo del mar. Testigos del suceso relataron haber visto a bañistas cargar sus neveras con la droga y hablaban –incluso– de una mujer que, tras acopiar en su camiseta varias pastillas de estupefaciente, se marchó de la playa para luego volver con la ropa cambiada.
Todos se encubrieron bajo la capa protectora de la complicidad coral y el anonimato negativo. Pero las huellas de sus pies dejaron el rastro del lumpen moral por el que surca la sociedad de nuestros días, el andrajoso actuar que –como arma de seducción masiva– se erige en contraejemplo de comportamiento cívico. A diferencia de los históricos pícaros de nuestra tradición literaria, los narcobañistas no eludieron el cumplimiento del séptimo mandamiento de la ley de Dios por motivos de supervivencia material o miseria económica. Sobrados de talento y viveza, pero carentes de escrúpulos, no presentaban la actitud gremial –profesional, sólida y hermética– propia de una organización delictiva.
Robaron, en unos casos, por divertimiento; en otros, por emulación de quienes les acompañaban; y, siempre, por seguir la estela de los pícaros de más relumbrón que, en los últimos años, han desfilado día y noche por las pantallas de televisión: aquellos que –como los cervantinos Rinconete y Cortadillo– conocen “la treta que dice mete dos y saca cinco”, aquellos que saben “dar tiento a una faldriquera con mucha puntualidad y destreza”, pero también tienen “ánimo para acometer cualquier empresa de las que tocaren a [su] arte y ejercicio y para sufrir, si fuese menester, media docena de ansias sin desplegar los labios y sin decir ´esta boca es mía´”. En el fondo, son gente de la misma calaña.
Forman parte de la cofradía de los nuevos pícaros del siglo XXI, que, encarnando la contrafigura del héroe y del santo, encontraron el caldo de cultivo apropiado para su proliferación en la España actual, en la que la decadencia moral induce al más ramplón materialismo. Son los que convirtieron el país en un inmenso patio de Monipodio, donde robar resultó una habilidad lucrativa. Con ellos campando a sus anchas, difícilmente se puede reflotar una sociedad, por mucho que crezca su producto interior bruto. Unos y otros –los pícaros de las altas instancias y los de las bajas playas– más bien la ahogan por inundación de latrocinio.
El autor de este post siempre en su línea de aportar valor a todo lo que escribe y hace.
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Desde luego, Begoña!
Feliz tarde de domingo!
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