‘Metaverso mágico’, por Pedro Paricio

Con la rivalidad propia de un auténtico enfrentamiento deportivo entre el Real Madrid y el Barcelona –o el Valencia y el Levante, según los contendientes del momento–, la emoción estaba asegurada en cada una de las partidas que mis amigos y yo jugábamos en aquel futbolín de sobremesa de mi infancia. ¡Cuánto nos divertimos, a pesar de la dificultad para hacer gol en la portería del contrario con aquellos toscos muñequitos de madera de piernas juntas! Alineados en metálicas barras movibles por el jugador, su manejo requería la suficiente habilidad para impedir el avance del adversario, hacerse con la pelota, retenerla y pasarla finalmente al futbolista que se encontrara en posición de batir al contrincante.

Durante bastante tiempo fue una sana distracción que, además, ayudó a nuestra socialización: con ella adquirimos reflejos, control en el movimiento de las manos, sagacidad, respeto a un reglamento, mayor conocimiento mutuo de los integrantes de la pandilla y, sobre todo, el mantenimiento de la común amistad por encima de la ganancia o la pérdida propia. ¡Y todo ello gracias a aquel juguete que me habían ´traído`… los Reyes!

Los regalos anuales de los Magos llegaban después de la preceptiva carta que, con la ayuda de mi padre, redactaba a Sus Majestades de Oriente unas semanas antes del 6 de enero. Además de la misiva, yo debía cumplir dos condiciones: dejar la noche anterior –en el balcón de nuestra casa– suficiente comida para toda la comitiva regia, incluidos los camellos, y, por supuesto, portarme bien hasta el año siguiente.

Antaño eran éstas las ´fiestas` por excelencia de la infancia, que, habiendo comenzado con la instalación del belén hogareño y el jolgorio propio de las celebraciones navideñas en la época de la inocencia –con villancicos, turrones y abetos cargados de luces, adornos, guirnaldas y nieve artificial–, culminaban con la solemnidad de los Reyes Magos.

Poco entendíamos en aquel momento de la conmemoración litúrgica de la Natividad y la Epifanía del Señor, en las que se evoca el misterio de la humanidad y la divinidad de Jesús en los primeros momentos de su existencia en este mundo. Pero, al menos, sabíamos que los Magos, siguiendo la estrella que les guiaba, se alegraron al ver al Niño recostado en el pesebre, se postraron en tierra, le adoraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra. 

Con el paso de las décadas y el desaforado incremento del frenesí de la civilización actual –demasiado proclive al barroquismo estético ambiental y al derroche consumista–, la celebración social de esta festividad de Reyes se ha hecho ´metaversal`, ¡incluso sin necesidad de que intervenga la más avanzada tecnología digital! ¿Acaso, en esas fechas, no se pone nuestra sociedad unas gafas de realidad virtual, gracias a las cuales se sumerge en un escenario en el que todo –lugares, personas, actividades, conversaciones…– se encuentra mediatizado por la interactuación con sus propios ´avatares`? Convertido todo en representación de un entorno irreal, ¿dónde queda la genuina identidad de cada individuo y la realidad de cuanto acontece?

Sea como fuere, la actual manifestación externa de esta fiesta, con su desorbitado ritual social, dificulta –más que facilita– la vivencia de un acontecimiento cuya magnitud desborda la mente humana: el nacimiento del Hijo de Dios en este mundo de hombres y la consiguiente introducción de la humanidad en la dimensión de la divinidad. En ese contexto, ¿cómo se puede mostrar hoy el sentido de aquella adoración de los Magos que aprendimos en la niñez?

¡Como siempre se ha revelado! Con la naturalidad de quien se sabe testigo del misterio de la grandeza de Dios y, consciente de su supremo dominio sobre lo existente, le ofrece la entrega total y definitiva de su ser. No supone halagos ni extraños artificios, sino el descubrimiento de la necesidad de armonizar la voluntad propia con la de Dios, en la que se encuentra la vida verdadera. Por eso, todo hombre –por estar destinado a la eternidad– está hecho para adorarle. ¡Y eso no es virtual, sino real: la única auténtica realidad! Lo demás es… ´metaverso`, mera representación de ´avatares` digitales recubiertos de carne humana durante un breve período de tiempo.

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4 comentarios en “‘Metaverso mágico’, por Pedro Paricio

  1. ¡Enhorabuena, por haber sabido marcar el potente contraste entre la Navidad tradicional, vivida en nuestra niñez, en la que se fomentaban valores humanos; y la Navidad actual del metaverso, donde se desdibujan las relaciones humanas y se olvida el verdadero sentido de estas fiestas!

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