
Mazur/www.thepapalvisit.org.uk
Que los libros son escaleras para subir la cumbre del espíritu, que sin ellos no cesa la agonía del alma insatisfecha, y que los pueblos deberían pedirlos como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras… son ideas expresadas en su día por Federico García Lorca (1898-1936) y –sin duda– compartidas existencialmente por Benedicto XVI (1927-2022) a lo largo de toda una dilatada vida, que ahora acaba de llegar a su fin. Se ha cumplido el término de su peregrinaje en esta tierra, que tuvo como etapa final el período vivido como Papa emérito. Esta última fase comenzó a las 20 horas del 28 de febrero de 2013, momento en que quedó efectivamente vacante la sede petrina, a cuyo ministerio renunció diecisiete días antes, para continuar por medio de la oración y la meditación –en la paz de un monasterio de clausura– su compromiso adquirido en 2005.
Su despedida pública del mundo manifestó la ´sabiduría de la limitación` que encerraba toda su persona: la conciencia de no ser más que un soplo pasajero abocado a fundirse definitivamente en un destino de permanente infinitud. Fue el conocimiento profundo adquirido a través de una experiencia vital que tuvo en el estudio su decisivo fundamento. Así lo exhibió en la elección del tema de su escudo cardenalicio: ´Cooperatores veritatis`. Así lo confesó con humildad en sus últimos tiempos: “Un punto débil mío es quizá ser poco resuelto en el gobernar y tomar decisiones. En ese punto, en realidad, soy más bien un profesor, que reflexiona y medita sobre las cuestiones espirituales”. Y así lo demostró sobradamente en toda la amplitud de su biografía.
Siendo todavía alumno en el seminario de Freising poseyó un excelente conocimiento de la tradición teológica y de la cultura alemana de la época. Su trayectoria académica estuvo unida largo tiempo a la universidad alemana, llegando a ser uno de sus más jóvenes y destacados profesores. Durante el intenso y complejo quehacer como prefecto de la Congregación de la Fe y presidente de la Pontificia Comisión Bíblica, no cejó el ritmo de sus publicaciones, ni su presencia en los más diversos foros como ponente en congresos y convenciones.
Su categoría intelectual le permitió mantener diálogos públicos con prestigiosos intelectuales de nuestro tiempo, como Eco, Ciampi, Habermas… y su extraordinario currículo de erudito y teólogo se plasmó en el abundante catálogo de su obra publicada, que abarca desde asuntos patrísticos, exegéticos, teológicos, filosóficos y pastorales a textos autobiográficos, entrevistas, oraciones, meditaciones…
En su etapa como pastor de la Iglesia universal tampoco dejó de lado su amor por el estudio, convencido de la necesidad de apertura verdaderamente católica de la Iglesia «a todo lo bello, bueno, noble, digno que la humanidad ha producido a lo largo de los siglos». Aquella irrefrenable vocación intelectual se vertió en un pensamiento hondo, cálido y limpio, así como en una pulcra escritura –no esteticista ni postiza, sino fruto de la conjunción de la verdad y el bien– cuyo alcance tuvo repercusión mundial.
Yendo a lo eterno de la vida y a la esencia de lo antropológico, no olvidó el diálogo crítico con la cultura moderna, en un denodado esfuerzo por arrojar más luz acerca de la cuestión de Dios, “interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana”. Este fue el planteamiento básico que, durante su Papado, pretendió trasladar a toda la humanidad como crisol de su servicio a la Verdad y a la Iglesia: vivir en nuestro tiempo la esencia del cristianismo –la inserción de nuestro yo en Cristo, Dios vivo que da sentido a la realidad– para dar respuesta a los problemas del mundo de hoy.
En su vastísima ejecutoria como estudioso, Ratzinger hizo siempre de la fe la base de su doctrina: con ella no se cierran los ojos para no ver el mundo, sino para verlo con la perspectiva de la divinidad y unir así nuestro querer con el querer de Dios, íntimo fin de la creación. Se trata de abrirse a un diseño divino que respeta lo humano fecundándolo desde dentro y en el que encuentran su mejor expresión las grandes metáforas de la vida.
¡Que descanse en la paz del Señor e interceda por nosotros!