‘Dendrocracia estival’, por Pedro Paricio

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Agosto es el mes del verano oficial: tiempo de sol y fiesta en que el bullicio inunda de alegría las calles de nuestros pueblos. En mi caso, esta época de la canícula simboliza también la infancia que no se marchita; la vuelta efímera a su pequeño paraíso; el retorno momentáneo a los afectos de un estilo de vida cercano, entrañable y sencillo. En agosto vuelvo siempre a una niñez de vacación. Habituado como estaba yo a los usos y costumbres de la ciudad, la mudanza estival –en los primeros años de mi existencia– al terruño de mis antecesores familiares supuso el descubrimiento iniciático de la naturaleza y de la mitología de las experiencias rurales.

Allí, en Navajas –bella localidad del interior castellonense de apenas 750 habitantes–, durante aquel período de días y noches sin nombre ni fecha pero siempre sin olvido, sentí la seducción de olores inolvidables, como el apetitoso perfume de las frutas recién cogidas del árbol, la acritud de la resina de los pinares o la penetrante esencia de los jazmines; de sonidos inenarrables, como el alegre borboteo del agua en las fuentes o su rebote nocturno en las peñas del río mientras croaban las ranas; y de protagonistas singulares, como el majestuoso olmo de la plaza mayor, que eleva hacia los cielos sus diecinueve metros de altura.

Este árbol, plantado en 1636, constituye una de las más preciadas joyas patrimoniales de la población y su símbolo identificativo: aparece en el escudo, en la bandera y en la letra del himno local, tiene dedicados dos matasellos de Correos y un cupón de la ONCE, ha sido plasmado en multitud de composiciones artísticas y, recientemente, después de ser proclamado ´Árbol del Año 2019 en España`, fue el representante de nuestro país en el certamen Árbol Europeo del Año, convocado por ´Bosques sin fronteras`. 

Ante la presencia de su patriarcal envergadura, fluye sin cesar tanto el ajetreo cotidiano del municipio como la celebración de los acontecimientos colectivos más relevantes. A lo largo de su historia han transcurrido interminables tertulias y juegos; actividades musicales, deportivas y taurinas; tradiciones agrícolas, eventos artísticos y buena parte de los festejos patronales. Con toda justicia se puede afirmar que este olmo ha ejercido siempre una función sociológicamente nutricia: por ser entorno de entretenimiento, factor de integración, instrumento de educación personal y de cosmovisión existencial, nexo de unión entre personas de edades y culturas diversas y, sobre todo, elemento configurador del sentimiento de orgullosa pertenencia al lugar del que se forma parte como hijo o vecino suyo.

Esta realidad descrita evidencia que los árboles, además de ser bienes naturales, propician también abundantes valores culturales a la humanidad. Como sucede con el olmo de Navajas, la idiosincrasia de algunos de estos ´vegetales con rasgos humanos` –especialmente de los más monumentales y simbólicos– permite inervar todas las dimensiones de las localidades en donde se encuentran arraigados, hasta colonizar la intimidad de quienes se cobijan bajo su ramaje. Este hecho, tan antiguo como la tradición oral, ha sido denominado ´dendrocracia` por el naturalista Ignacio Abella (1960), que acuñó dicho término para hacer referencia a una filosofía de vida comunitaria presidida por el gobierno de los árboles.

Para el investigador alavés, en el centro geográfico de muchos espacios habitados por nuestros antepasados, el tejo, el roble, el olmo… han sido testigos mudos y sedes de verdaderos parlamentos populares en los que los vecinos se reunían, generación tras generación, para la toma de decisiones, la elaboración de leyes con las que regirse, la práctica de la justicia, la celebración de la fiesta o la simple comunicación de la palabra.

Este sabio modo de gobierno generado históricamente en torno a árboles ´totémicos` conllevaba una manera de pensar y actuar acorde con el medio ambiente. Pero –desgraciadamente– esta armonía no es fácil de encontrar en tiempos como los nuestros, huérfanos de un pensamiento interiorizado que haga sentir la unidad del planeta y encarne el adecuado talante de respeto y custodia por todo lo vivo. ¡Como casi siempre, es cosa de educación responsable!

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