
Regresaba en coche, desde Madrid a mi Navarra natal. Se trataba de un viaje, salvoconducto en mano, por razones profesionales. Solo me acompañaban la radio, que, a veces, lo hace y mucho y mis pensamientos.
A través de las ondas pude enterarme de la terrible noticia del asesinato (junto a otras dos personas) de mi paisano el periodista David Beriáin. Intuí que era de mi tierra en cuanto escuché su apellido.
No le conocía personalmente
Y eso que -lo supe luego- él era de Artajona y yo de Tafalla: a 11 km de distancia; y que ambos habíamos estudiado en el mismo instituto público, el de mi localidad natal; pero cuando uno va cumpliendo primaveras se le escapan, a veces, personas de generaciones más jóvenes. Y se me escapó.
Todos hemos podido informarnos sobre las dramáticas circunstancias en que se produjeron los hechos en los que vio arrebatada su vida.
Pero no es sobre su asesinato sobre lo que te quiero ahora hablar
Quiero referirme a una pequeña anécdota que refleja la grandeza de este periodista. Esa que se evidencia en muchas actitudes o decisiones aparentemente “ordinarias”.
La conocí al toparme con un vídeo de TEDxUniversidaddeNavarra en el que David hacía mención a cómo había creado una productora a la que denominó “93 metros”. Lo hizo, nos contaba, en ‘homenaje’ a su abuela, fallecida precisamente cuando él estaba montando esa empresa.
Cuando alguien recuerda con tanto cariño a su abuela, ya está diciendo mucho -y bueno- de sí mismo.
“Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro”. Esta frase se suele aplicar cuando Juan es un chismoso, que diría el santo padre. Pero quizás es atinada aquí también, en positivo: “Lo que David dice de su abuela…”. Aunque seguro que, además de ser un gran tipo el nieto, su abuela era una santa.
¿Por qué denominar a la productora 93 metros?
93 metros era, nos contó David, la distancia que había desde la que fuera la puerta de la casa de su abuela hasta el banco de la iglesia de Uterga, Navarra, donde ella rezaba. Su máximo recorrido diario. Para el mejor encuentro.
David, ese David intrépido y viajero, apelaba a que no olvidemos nunca, nunca, cómo a veces lo más relevante está en 93 metros, o menos; en el sitio más pequeño.
A mi abuela le sobraron 93 metros para construir la historia más grande de todas. Lo ordinario somos nosotros, nuestros ojos que no se abren lo suficiente; a mí me costó alma, vida, corazón, viajes… descubrir lo que mi abuela descubrió en 93 metros.
Con tu vida y testimonio, querido David, nos has dado una lección sencilla, pero enorme. La que te transmitió tu abuela -y, seguro que tus padres- y no saben hacernos llegar tantas personas infladas de ego o de rimbombancias, tantos personajes engreídos, cargados de ambición de fama, poder o dinero; tantos “imprescindibles” que acabarán, como todos, en el camposanto. Porque, al finalizar la partida de la vida, como en el ajedrez, el peón y el rey van a la misma caja. Vanidad de vanidades…
Querido David, nos has dado una lección. Y que no será la última. 93 metros.
Descansa en paz junto a tus compañeros; y a tu abuela
Y, si puedes, únete a ella para encomendarnos a los que nos quedamos aquí. Aquí, en el día a día de aprender a crecer gracias a lecciones tan sencillas y profundas como la que supiste captar a través de una abuelica y maestra de vida; que en Gloria esté.
Que en Gloria estéis.
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