Una baja natalidad muy impuesta

En el primer semestre de 2018 España contó con el nivel más bajo de natalidad desde que se creó el registro en 1941.

Triste récord. Triste, para una sociedad cada vez más envejecida (la expectativa de vida supera ya los 83 años) y que cuenta con más defunciones que nacimientos. Por no hablar de los más de 90.000 abortos provocados cada año (sin que entre estos se computen los farmacológicos, cuyo número no se conoce).

Escribo este post porque creo que es un deber moral. Se han encendido muchas luces de alarma y parece que ahora se desayunan algunos con el temido invierno demográfico. Cuando truena.

Lo de tronar, o sea, la tormenta demográfica -pocos niños, muchos ancianos- suele recibir un análisis que contiene, entre otras, esta pregunta final: ¿Quién pagará nuestras pensiones?

Si la cosa pudiera tomarse a broma, temo imaginar a algún pequeño (no quiero dudar de que la especie humana perviva) preguntando dentro de unos cuantos años: Abuelo, ¿qué eran las pensiones?

Una baja natalidad muy impuesta

Hoy no vengo a hablarte de pensiones. Aunque lo que te cuente les afecte. Y no de refilón.

Conozco a bastantes matrimonios (jóvenes y no tan jóvenes) que quieren (o hubieran querido) tener hijos. O más hijos de los que tuvieron o tienen.

No hace falta que me creas. Seguro que tú también los conoces.

Además, lo publicaban recientemente muchos medios de comunicación.

En un país tan avanzado como el que habitamos, donde a muchos políticos se les llena la boca al hablar de los derechos sociales algo tan elemental -tan relevante- como poder acceder a una paternidad/maternidad se dificulta o se impide. Te lo comentaba ya en el post Cristina sí tiene referencias‘.

Nos estamos suicidando como sociedad (‘suicidio demográfico’). Y, para cuando alguno se dé cuenta o reaccione -que ya toca- será tarde.

Ya ha sido tarde, de hecho, para los deseos y derechos de muchos matrimonios.

¿Y qué hacer?

Los primeros -pero no los únicos- que tenemos que tomarnos en serio este asunto somos tú, y yo, el otro y el de más allá: la sociedad, a la que antes aludía. O sea: las personas que la conformamos.

¿Somos coherentes con lo que señalamos que son nuestras prioridades vitales? ¿Las defendemos en tiempo y forma? ¿Nos atrevemos a intentar sacarlas adelante?

Échale un vistazo a este vídeo que explica cómo priorizar

Junto a la sociedad, junto a nosotros, a nuestro lado, deberían estar nuestros políticos; que para ello son nuestros representantes; y servidores públicos (o sea, de todos).

Necesitamos leyes y estrategias socioeconómicas que favorezcan, de verdad, la posibilidad de relevo generacional. Planes de desarrollo y -sobre todo- desarrollo de planes. Y no solo con ocasión de anuncios preelectorales…

También necesitamos que otros se conciencien e impliquen. Luego aludiré a ellos…

Abro paréntesis: Hace poco tuve la suerte de visitar un país plagado de niños. Y de alegría vital. Pasé sana envidia. Aquí, en mi tierra, sales de paseo un día medianamente soleado -no es fácil en Pamplona- y te hartas de ver silletas y silletas (no; llamémosle lo que son: sillas de ruedas) en las que los paseados no son bebés sino ancianos impedidos. La caída demográfica ya la están sintiendo en los colegios. Y el envejecimiento, en las residencias. Cierro paréntesis.

¿Por qué faltan niños en nuestra sociedad?

Hay, sin duda, muchas causas.

Alguna puede derivar de una mentalidad líquida… que ha calado: hay quien no quiere complicarse la vida y elude el compromiso.

Pero hay causas externas que lo propician. Y no poco:

El precio de la vivienda (no hablo ya en compra, simplemente en alquiler) y el nivel de vida a alcanzar para cubrir necesidades básicas son, en muchas ciudades, disparatados.

Los jóvenes matrimonios, si pueden (lo quieran o no), han de trabajar los dos. A veces con contratos inestables, precarios.

No siempre con sueldos dignos. En ocasiones, con nóminas más propias de un duro capitalismo que de un capital humanismo. Conozco más de un joven ingeniero o abogado con sueldo de becario. Y no hace precisamente de tal. Por poner, simplemente, un ejemplo.

Y, luego, llega el asunto del horario de trabajo. Horas extras reales, pero ‘fantasmas’ (no aparecen en las nóminas, no se pagan, pero se ‘meten’).

Y aquí sí te pido que leas despacio.

En no pocas empresas o despachos nadie mueve el trasero -así se llama aquello donde la espalda pierde su casto nombre- hasta que el jefe se va. Aunque ya hayan concluido en tiempo y forma su labor. ‘Está mal visto irse antes’, dicen algunos. Y de ahí que podríamos cantar con Sabina eso de “Y nos dieron las diez y las once y…”. O casi. O más.

Me cuentan -créetelo- que, en algún otro país occidental, si uno se queda más tarde de las cinco, un superior se le acerca para preguntarle -entre sorprendido e incómodo- a qué se debe que se haya demorado; que haya tenido que emplear más tiempo del debido en su jornada laboral. Es decir: si no ha sabido gestionar adecuada y profesionalmente agenda y carga de trabajo.

Mientras nuestros jóvenes salgan de casa a las ocho de la mañana -o antes- y vuelvan al hogar como pronto a esa hora de la tarde -o después- será difícil que se haga realidad aquello de que lo más importante es que lo más importante sea lo más importante, que decía Victor Küppers.

Si han logrado tener un hijo (que a esas horas cuidará la abuela o una canguro), a lo más  llegarán al Jesusitodemivida. Dios mediante; porque hasta eso está difícil… O a darle un beso, ya dormido.

No puede ser. No lo podemos -no lo debemos- permitir. Hay que pararse (no mucho, que la cosa urge) a pensar. Y sobre todo hay que ponerse en marcha a hacer. Porque -como señalaba Sénecamientras estamos posponiendo las cosas, la vida se da prisa.

Quiero creer que, siendo como es la familia lo más importante para cualquier persona (iba a decir ‘de bien’, pero creo que incluso ‘de mal’, si las hubiera que esto leyeran -ya sé que no-), creo, digo, que ha llegado la hora de expresarse de forma expresa -valga la redundancia- y hacer ver a quienes imponen que esto sea así (ya por acción, ya por omisión) que no puede ser.

Lo tenemos que airear al viento. O contra viento y marea.

Lo tienen que conocer nuestros representantes públicos.

Lo tienen que saber los jefes y jefecillos de algunas de las multinacionales o nacionales en que esto sucede.

Lo tienen que difundir nuestros medios de comunicación.

Y, sobre todo, lo tienen -lo tenemos- que afrontar.

Porque no puede ser que nadie robe a nadie la vida de sus hijos. O los hijos de su vida.

En definitiva (y el que no sea cofrade que no tome vela): que ya vale de hipotecar la vida de tantas personas, en este estado de bienestar, privándoles de lo que más pueden querer.

Los niños dan alegría, aportan vida; la familia es lo más importante que uno hace en su vida (y me da igual que ese uno sea el presidente de un gran holding que el alcalde de Torrevieja -no sé quién es, perdón por el ejemplo).

Te dejo con este vídeo que ya difundí en otro post.

Y te pido que ayudes a hacer viral algo que es vital: ¡Dejen a nuestros hijos ser padres!

 

13 comentarios en “Una baja natalidad muy impuesta

  1. Hola José! Aquí Jaír, de EfectiVida.
    Qué fácil se hace leer tus artículos. Y digo leer, no de forma vertical, que tristemente va en aumento en internet, sino en horizontal, disfrutando cada caracter.
    Sobre el artículo, coincido plenamente. Hay cientos, miles de personas buscando propósito en la vida. Y estoy convencido de que una de las cosas que más sentido da es tener hijos y cuidar de ellos, mientras los vemos crecer.
    Yo soy padre de dos. ¿Me gustaría tener más? Claro que sí, pero como comentas, no es fácil. Ni siquiera es sencillo tener dos, pero… ¡qué menos que dejar lo mismo que nos llevamos!
    Gracias por la potencia de tus reflexiones.
    Un saludo desde las Canarias!

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    • Muchas gracias a ti, Jaír. No sabes cuánto aprecio y aprendo de lo que te leo.
      Me alegra poder contribuir un poco, en reciprocidad a tu generosidad, con que disfrutes con alguno de mis posts.
      Un abrazo fuerte y ánimo con esos dos hijos que son lo mejor que tenéis!
      Buen fin de semana!!

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  2. Como siempre, José, has dado en el clavo. No se podía explicar mejor, bravísimo!! 👏👏
    Esto no puede, no debe seguir así. Hoy en día simplemente tener un hijo es toda una odisea y el que se lanza a esta aventura no recibe ninguna ayuda (como bien dices horarios laborales insostenibles, sueldos precarios, disparatados precios para lo básico…). Así, es imposible conciliar. Y la inestabilidad familiar lleva a todo lo demás…

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  3. Buenas tarde José,

    Comparto todo lo que dices en tu nuevo post así como los comentarios de Jaír y Pilar. Solamente quería añadir algo más en los motivos que citas. Se trata de las « NoMo », esas mujeres que no desean ser madres por el mero hecho de que no tienen esa fibra materna o tienen miedo de vivir esa experiencia. Resulta un poco difícil comprender sus motivos (yo misma soy madre) pero como existe la empatía, podemos comprender también su decisión.

    Un saludo,

    Norma 🌞

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    • Buenas tardes, Norma:
      Sí. Está el caso de esas mujeres, que hemos de respetar (lo compartamos personalmente o sea la nuestra otra opción).
      En una parte, en ellas o en ellos, habrá quien tenga miedo a la complicación o al compromiso (de lo que creo recordar que hablo en el post).
      Y también hay quienes deseando ser madres o padres, por razones propias o de su cónyuge, no han podido… A veces porque el reloj biológico no espera o -en otros casos- por otras razones ajenas a ello.
      Me he querido centrar en el post esencialmente (al menos eso he intentado) en los casos de imposición. Que no son todos.
      Por eso titulo “muy impuesta” y no he prescindido de este adverbio.
      Quizás debía haberlo aclarado mejor.
      Muchas gracias por comentar.
      Muy buen fin de semana y un saludo!
      José

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  4. ¡Genial (como siempre)! Estoy al «110» % de acuerdo contigo en todo lo que dices.
    Me permito añadir una consideración, sin pretender juzgar a nadie en concreto, ¡Dios me libre!: cuando una persona decide, justificada o injustificadamente, no tener hijos, o tener menos, ha de saber que, salvo casos especiales, está ocasionándose (o dejando que le ocasionen) un perjuicio a sí mismo.
    Creo que cada uno de nosotros tenemos la obligación de velar porque nadie nos impida realizar aquello que en conciencia queremos, o debemos, hacer.
    Por otro lado, en la decisión de tener o no hijos, o más hijos se suele omitir un «factor» esencial; ¿Qué quiere Dios de mí, de nosotros, en estas circunstancias concretas?. Quizá uno descubra que, a lo mejor, Dios le está pidiendo que nos fiemos de Él y tengamos la paciencia de esperar a que nos envíe los recursos que nos puede hacer llegar cuando se toman las decisiones «correctas».
    Un abrazo,
    @JFCalderero.

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    • Muchas gracias, José Fernando, por tu interesante aportación y tus afectuosas palabras.
      Da gusto leerte. Y ya no te digo cuando uno te sigue en las redes y puede verte en vídeo…
      Os lo recomiendo: @JFCalderero
      No os arrepentiréis.
      ¡Un abrazo fuerte!
      José

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  5. Falta una variable importante: cómo afecta a la economía de los individuos formar una familia. Antiguamente los hijos eran importantes económicamente, pues la vida de los abuelos dependía de la prole que hubieran dejado. Con la creación de las pensiones públicas, la vida de los abuelos depende más de su propia cotización y ahorro que de tener hijos, siendo cierto además que tener hijos dificulta la cotización (menos horas para trabajar, menos posibilidades de subir, menos sueldo) y no digamos de ahorrar pues todo dinero es poco para formar a los hijos: academias, deportes extraescolares, cursos en el extranjero por los idiomas, … Las pensiones deberían depender también de tener uno o dos hijos, o de sus notas o por lo que lleguen a cotizar. Porque no tener hijos puede suponer mayor productividad actual pero nula productividad futura, los hijos son los que relevarán a los que trabajan actualmente.

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    • Muchas gracias por el comentario. Por la aportación.
      Y no faltan, además (aunque quise centrarme principalmente en las barreras externas y falta de apoyos), algunas barreras “internas”, como simplemente apunté: la necesaria generosidad y prioridades. En eso, el ambiente “externo”, tampoco ayuda a las decisiones “internas”. Aunque la última palabra sea la propia de los (mal tratados) cónyuges.
      ¡Feliz fin de semana!

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