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No sé si los datos son exactos -todo evoluciona- pero nos sirven para hacernos una idea acerca del valor de nuestro idioma común, el castellano o español:
Es, tras el chino mandarín, –nos lo dicen Wikipedia y la realidad- la segunda lengua del mundo por el número de personas que la hablan como lengua materna con 416 millones de nativos. La utilizan como primera y segunda lengua con dominio nativo 470 millones de personas, acercándose a los 560 millones si contamos a hablantes con competencia limitada. Así, puede ser considerada la tercera lengua del mundo por el total de hablantes tras el mandarín y el inglés con más de 20 millones de estudiantes, y la segunda en comunicación internacional tras el inglés. El español posee la tercera mayor población alfabetizada del mundo (un 5,47 % del total), siendo la tercera lengua más utilizada para la producción de información en los medios de comunicación. Y, por cierto, es también la tercera lengua con más usuarios de Internet (182 millones, 8 % del total).
Alguno creerá que voy a hablar del idioma. Sí pero no. Lo hice en anteriores entradas del blog, como por ejemplo Olé o Escribe… sin falta, pero hoy quiero ir más allá.
El castellano o español es un patrimonio que trasciende a España
Lo es también, sin ir más lejos, de muchos países de Iberoamérica, por ejemplo. Unos países en que además en ocasiones –como nos pasa a nosotros- se hablan otras lenguas, que enriquecen el acervo cultural y cuentan con un gran valor.
Los españoles tenemos una cultura, unas raíces. Un patrimonio que en muchos aspectos compartimos con Europa. Y no en menor medida con los países iberoamericanos de los que nos separa el océano, pero a los que nos unen, junto a la lengua… ¡tantas cosas! Además, aquéllos nos aportan sus peculiaridades, su especificidad, su diversidad, su propia identidad.
El mundo necesita derribar muros y fronteras, abrir sus manos, abrazarse, sumar. E Iberoamérica tiene un reto. Un reto del que se ha hablado mucho pero que sigue ofreciendo objetivos pendientes de alcanzar. No es fácil, pero ¿acaso hubo algo fácil que merezca la pena? Estoy hablando de impulsar el desarrollo socioeconómico, la oferta de oportunidades a sus gentes, la puesta en valor de sus riquezas.
El Espacio Iberoamericano de Educación Superior
El idioma y la cultura, las raíces que compartimos –también nuestra rica diversidad- nos abren a potenciar un espacio educativo común, especialmente relevante –si cabe- en un ámbito como el de una educación superior que demanda a voz en grito calidad, equidad e internacionalización. Queremos hacerlo. Sabemos cómo hacerlo… Debemos hacerlo.
Es tiempo de impulsar este relevante proyecto, el EIBES, viendo lo que de bueno nos ha aportado la movilidad en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Cada caso es distinto, sí, pero nos sirve de referente y caben, desde luego, muchas sinergias.
Ponen en la pluma de Lucio Anneo Séneca eso de que “si no sabes hacia dónde se dirige tu barco, ningún viento te será favorable”. En la comunidad iberoamericana tenemos claro el puerto al que queremos llegar; hemos pues de aprovechar los vientos colocando adecuadamente las velas. Puestos a citar, recordemos ante cualesquiera eventualidades lo que afirmaba William George Ward: “El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”.
De eso se trata: de ser tan realistas como prácticos y de ajustar las velas para propiciar un espacio iberoamericano de educación superior de calidad, que favorezca la movilidad académica física o virtual: se precisa armonizar normas, sistemas de acreditación y reconocimiento de títulos…
Y ya que hablamos de navegar no olvidemos las oportunidades que, en pleno siglo XXI, nos ofrecen los sistemas de enseñanza on-line y semipresencial. Porque… hay todo un océano, pero estamos a un clic.
Todos miramos con expectación –con expectativas- a esa próxima XXV Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que tendrá lugar ya en 2016 en Cartagena de Indias, Colombia. Habrá que prepararla bien. Porque nuestros conciudadanos necesitan ver frutos concretos.
Tenemos una suerte. La que reflejaba con su fantástico verbo –ya que hablamos de Colombia- el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez: “En realidad, el único momento de la vida en que me siento ser yo mismo es cuando estoy con mis amigos”.
Realmente, cuando los amigos iberoamericanos nos reunimos, sentimos –disfrutamos-profundamente ser nosotros mismos. Y más que amigos.