Modesto, baja… que sube Andrés

Unsplash by petradr

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Inicio del otoño. Y te quiero escribir. Así que hoy, post.

Cuando el viento ya esparce algunas hojas secas por el pavimento de mi plaza; cuando recuerda el cierzo a los cada vez más desnudos árboles que un día fueran… 

Calma. Tranquilidad. No tengo intención de ponerme poético. Era, simplemente, que necesitaba arrancar de alguna forma.

Tampoco está mal empezar el folio con las hojas: con ese inicio de los otrora frondosos árboles hoy con alopecia… cuando lo que quiero es hablarte de la humildad. Sin pretensiones, modestamente.

Valoro la grandeza de los pequeños detalles de la gente normal. La importancia de esos gestos, de esas acciones buenas, cotidianas, realizadas desde la discreción, la sencillez o el anonimato; sin buscar protagonismos. Sin otra pretensión al hacerlas que ayudar a otro.

A algunos eso no les va. Decía Churchill (te lo comenté una vez) que “el problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. Se equivocaba: y no en la frase en sí, sino en ceñir esa valoración a su época. Esto viene desde los tiempos de Adán… ¡y lo que te rondaré, morena!

¿Conoces la historia de la carreta vacía?

Dicen que un padre caminaba con su hijo cuando aquél se detuvo en una curva. Tras un pequeño silencio, preguntó al chaval: Además del piar de los pájaros, ¿escuchas algo? Aguzó el hijo el oído y al poco respondió: El ruido de una carreta. Eso es –le dijo el padre-. Y añadió: Una carreta vacía. El hijo preguntó: ¿Cómo sabes que está vacía, si aún no la vemos? El padre respondió: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía va, mayor es el ruido que hace.

Y contaba el hijo: “Crecí, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.

Alardear de nuestras presuntas virtudes sería incurrir ya en un defecto: la falta de modestia

¡Qué vacío suele estar aquel que está lleno de sí mismo! Cuánto necesitará quien quiere ser siempre el niño en el bautizo, el muerto en el funeral y hasta (puestos a emprender riesgos, je, je) el novio en la boda…

Afirmaba Diderot que engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga. Y no está nunca de más, frente a la tentación de mostrarnos orgullosos y circunspectos, “anticiparnos a encontrar lo cómico que haya en nosotros”, como proponía Clarasó. Tenemos para reírnos un rato y mantener –cuando menos- un modesto nivel de modestia.

Una anécdota puntual que no olvidaré

Cuando era consejero de Educación me gustaba especialmente visitar colegios y compartir un buen rato con la comunidad educativa.

Un día, en un aula, a mi pregunta a chavales de 9 años de qué querían ser de mayor hubo dos que dijeron: “famosa/o”… Y se me cayó el alma a los pies. Volví tocado al despacho: algo se está haciendo mal en nuestra sociedad. Yo buscaba entre los pequeños a futuros científicos, enfermeras, mecánicos, periodistas… Y topé con un par que aspiraban a entrevistados, pero ¡de los de Sálvame de Luxe! O como se diga. Afortunadamente, solo ocurrió una vez en cuatro años.

Si nos olvidamos de los del Sálvame, volvemos a la normalidad. Y podemos hablar incluso de triunfadores  –que haberlos haylos, sean famosos o no-. Viene aquí a cuento la frase de Juan Donoso Cortés: “Nada sienta tan bien en la frente del vencedor como una corona de modestia”. Y mira que lo decía ni más ni menos que el marqués de Valdegamas, bautizado como Juan Francisco María de la Salud Donoso Cortés y Fernández Canedo.

Es, pues, importante ser modesto. Eso sí, sin pasarse de la raya: no vaya a ser que te ocurra como decía otro noble, el conde de Romanones: “¡Si será modesto, que se cree inferior a sí mismo!”.

Cuando uno se conoce, y todos nos conocemos bastante, tenemos motivos más que sobrados para, sin perder nuestra autoestima –hay que quererse a uno mismo-, tampoco venirnos muy arriba.

En mi casa lo teníamos claro: cuando alguno hacía –o hacíamos- de “carreta vacía” (vamos a llamarle Andrés para no identificarlo –no quiero represalias-) solíamos decir: ¡Modesto, baja… que sube Andrés!

15 comentarios en “Modesto, baja… que sube Andrés

  1. Muy buenas reflexiones y recuerdos. Qué cierto es que lo que se educa en casa no se recibe en ninguna parte. Razonamientos llanos y a la vez llenos de hondura. Enhorabuena una vez más. Un abrazo amigo.

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  2. Me encantan tus historias, José: sencillas, amenas, salpicadas de citas y de anécdotas personales, con su dosis de humor.. un cóctel perfecto para transmitir valores. Muchas gracias por todos tus regalos

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    • Muchas gracias, Edita. Hoy no me ha acabado de convencer ésta…
      Todo vino que se precie debe reposar en la bodega. A éste no le ha dado apenas tiempo…
      Hay que jugar al menos un «partido» a la semana y, a veces, las urgencias…
      Pero bueno, con más de sesenta posts, tiene que haber de todo, como en botica. No todos pueden salir iguales y para gustos están los colores!
      Mil gracias por tus palabras y un abrazo fuerte! Feliz noche!! 😉

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  3. Me parecen muy certeras todas las ideas, cuan más grande eres, en todo el sentido, menos debes de alardear. Y los que menos saben son los que más hablan. Esto me recuerdo a un dicho que dice algo asi: Hay que hacerse el pendejo ante otro pendejo que aparenta no ser pendejo.

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  4. Estupendo relato José, vivimos en unos tiempos en los que hay que escuchar más y hablar menos, por eso tenemos dos oídos y una sola boca; un poquito de humildad a muchos nos les vendría nada mal, sobre todo a los que se olvidan rápidamente de dónde vienen. Gracias, me ha encantado.

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  5. Que buena entrada y comentarios, José. Me ha hecho pensar en la cantidad de guruses, gurucelas y guruflautas que nos rodean e invaden.
    Esto no quita para que, sin alardes, seamos conscientes de nuestro valor y lo manifestemos sin vergüenza; sin falsa humildad, que no contribuye a que seamos más felices y crezcamos como personas, sino más bien al contrario.

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  6. Me ha dejado enganchada de principio a fin. Y también me ha robado alguna sonrisa. Brillante.
    «Y contaba el hijo: “Crecí, y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.» Absolutamente cierto.
    Estoy deseando ponerme al día en leer todos sus post. Tiempo al tiempo. Saludos.
    Cristina.

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