Un regalo de corazón

pixabay

pixabay

Hoy pretendo compartir contigo un breve post veraniego. Estamos en agosto…

Cuentan de un cura que, en plena canícula, celebraba la misa mayor en honor al patrón del pueblo. Compadecido de los calores que soportaban los feligreses, al comenzar la homilía les anunció: “Fiesta grande, sermón corto”.

Voy a intentar hacer lo mismo en este caso en el que el protagonista –por cierto- es un monje.

Aviso en relación con la historia que centra el post que, como quizás habrás oído alguna vez, “esta lechuga no es de mi huerto”. No, he tenido la fortuna de encontrármela en www.interrogantes.net.

Se trata de una “joya”, que me ha hecho pensar un poco. Espero que a ti también.

Hablamos, pues, de monjes  y de joyas. Quizás conozcas la historia del monje andariego que se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa, y la guardó en su talega.

Un día se cruzó con un caminante y, al abrir su zurrón para compartir con él sus provisiones, el viajero vio la joya y se la pidió. El monje se la dio sin más. El caminante le dio las gracias y se fue lleno de gozo con aquel regalo tan inesperado: una piedra preciosa que le daría fortuna y seguridad suficientes para el resto de sus días…

Sin embargo, poco después, el “nuevo rico” volvió en busca del monje. Tan pronto como lo encontró le devolvió la joya y le suplicó: «Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta piedra preciosa. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí».

Los verdaderos valores están no en la bolsa, ni en los bolsillos, sino en el corazón del ser humano.

Los otros nadie se los lleva a la otra vida, por más que alguno se empeñe en una loca carrera por ser “el más rico del cementerio”.

Ojalá todos aplicásemos un “buenos son mis bienes que remedian tus males”. Más aún: la justicia, la solidaridad y la fraternidad deberían hacernos evitar muchos adjetivos posesivos. A base de dar, de compartir… hasta que duela.

Lo he prometido y acabo. Hoy (ya ves que defiendo compartir) lo hago con un tuit que le leí a Ulises Kaufman. Dice así: “Estúpido es creer que el regalo está dentro del paquete; siempre, siempre, siempre, son las manos que lo entregan”.

Y añado:  “Y sobre todo, el corazón”.

10 comentarios en “Un regalo de corazón

  1. Gracias Jose por compartir tan bello mensaje. Es cierto los materiales por más valioso que sea no se lleva en el más allá, no hace la felicidad… si !!! esos valores que tenia o tiene el Monje, es Bíblico. Que bueno si todos lo hacemos; compartir, amar, respetar, darnos a los necesitados, a nuestros hermanos que somos todos iguales.

    Me gusta

  2. TOTALMENTE DE ACUERDO. Lo.cual nos obliga a.considerar si.los fines actuales.de la «educación» reglada, basados en competitividad, «eficiencia» y «rentabilidad», son.correctos. Abrazo.

    Me gusta

    • Muchas gracias, José Fernando. La única competitividad que debería haber en Educación es la de uno consigo mismo: no se trata de que uno sea mejor que otros sino de que ese uno sea mejor que ayer. Si logramos eso y perseguimos la excelencia (sacar de cada uno su mejor «versión»), si cada persona se forma en aquello que más «le va» lo hará bien, ayudará al bien común y se sentirá bien «en su piel». Muchas gracias por tu comentario. Buen fin de semana!

      Me gusta

      • Tal cual. No se trata de ser «mejor que…» sino de crecer hacia «mi» plenitud humana, ideal inalcanzable a menos que, paradojas de la vida, uno deje de buscarla y de centrarse en el logro de la propia excelencia.
        El único camino auténtico para alcanzar la felicidad, no sólo en el «más allá» sino en el «más acá», es aprender a buscar sinceramente el bien de todos (y todo) lo que nos rodea, el bien de la Humanidad y de la Naturaleza y el cada persona y de cada ser con el que interactuamos en el día a día.

        Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.